INVIERNO I
I
El matrimonio crea extraños compañeros de cama, crea vidas inocuas llenas de un mal, del mal de la simpleza que salta por la ventana con el único propósito de intentar entrar en sociedad.
II
Poseído por el deseo de cambiar, nuestro cuarto es la insensatez. Hay que salir por la escalera y bajar peldaño por peldaño, sólo deteniéndonos un segundo para tragarnos las llaves de la razón.
III
El mal vulgar duerme en nuestra cama y come en nuestra mesa, disfrutando, disfrutándonos en esos momentos exquisitos. El mal vulgar volverá a entrar por nuestra ventana, solo debemos, si es que deseamos huir, dormir, olvidar, meternos en nuestros bolsillos y ocultarnos de las ventanas.
IV
Ningún lugar es triste, ningún lugar corresponde o sacia nuestra sed, ni nuestra alegría, ni nuestros placeres, ante esto solo nos queda correr y saltar por la ventana. Si alguna vez saltas por ella sígueme; los estancados, los atascados, los inamovibles los que simplemente se quedan en su sitio son estúpidos.
INVIERNO II
I
Ante los ojos de los demás el orgullo precede al descenso, a la caída, al hombre arruinado, que se cuelga, que se desmiembra.
II
Debemos temer a la mirada, debemos profundizarnos en las sombras de lo que ya no existe, de la muerte mientras yo no existo, del olvido del sueño, de lo negro de las pupilas, de las quimeras que nos anulan.
III
En el último instante su ignorancia le evitó como su razón, con sus alas desgarradas-destrozadas de las verdades desdibujadas, lo terrible siempre viene entre suspiros.
IV
No regreses a los desiertos, alas perdidas, déjate hundir en los derroches, en los tiempos intangibles, paralízate ante los ocios agazapados en la oscuridad de los reencuentros.
INVIERNO III
I
Un claro acto de deshonestidad enmudece nuestras lenguas. Esto sería irme sin robarnos el tiempo, para mendigarnos nuestros sueños. Despierto ahora sin contar con tus dientes, ni con tus cabellos.
II
La gente se arregla todos los días con lágrimas y muere todo el tiempo como un loco que está en las bocas mal olientes de las madrugadas de una mujer sin imaginación, en donde sólo hay una cosa en el mundo que circula sin sangre en las venas, por esas ciudades y sus pestes concretas de los alientos sin cabellos.
III
Peor sería expulsarte como un fantasma para poder finalmente comer bien, dormir bien, ir donde desee y poder permanecer inerte, para ya no quejarme nunca, para ser la peste sin dientes de tu café, para solo existir sin gozarme bajo los puentes de los arrebatos de tus elucubraciones, de tu sangre estancada por mis cabellos.
IV
Tengo promesas incumplidas por no gozarme, por no dormir, por no soñar. Me prohíbo la ecuanimidad del viento, sacudo mi muerte amarga para comerte como los frutos caídos, amargos y olvidados. Cierro la boca, me detengo, me ahorco con el vacío y duermo ahogado entre tus maldiciones dulces que me cobijan al dormir en tus cabellos.
INVIERNO IV
I
El hombre ha perdido, se ha perdido, se corrompe ante los placeres, se ciega, se borra, se desvanece. El hombre debe borrar el goce, debe mutilarse en el ocio de la vista, de la contemplación.
Estamos en la conspiración del ocultamiento, nos desdibujamos ante las miradas de los canibales del placer, de aquellos que lubrican el olor de nuestros deseos.
II
El rostro se oculta en la desmaterialidad, esconde nuestra realidad. Somos una aparición donde los órganos no mienten y no existen, donde el dolor los envuelve en la ausencia, donde los libros se han quemado en el amontonamiento de los instantes. Nos es difícil visualizarnos en la descarnalidad de las desapariciones.
III
El secreto para tener los lugares más soeces, es ocultarnos en nuestros cuerpos, en nuestros placeres líquidos, en los deseos apestosos de instantes y lubricaciones secretas. Somos la desestructuración de las conciencias secas-frígidas, somos el guiño de las madrugadas solitarias, de los rincones llenos del polvo de nuestros desechos.
IV
Debemos dar cuerpo al secreto de las cosas, copiar su apariencia, sumergirnos en nuestras memorias olvidadas. Tenemos que disfrutar con la certeza de la deshonestidad de la carne, odiando la eternidad de los viejos desechados, marchitos, desgarrados. Ellos son el adulterio justificado, aplaudido y saciado ante las necesidades de la carne que es acariciada-cortada en pequeñas rodajas por los cuchillos afilados, de las miradas lascivas y los deseos que se muerden lentamente ante el olor de la sangre que resbala de nuestros labios.
INVIERNO V
I
Existen dos miradas para borrarte, para cegarte, para apagarte, para deslavarte. He olvidado conservar tus objetos, he perdido la capacidad de ahogarte en mis sueños de olvidos, de aptitudes perdidas de facultades extraviadas.
II
Los desconsolados no olvidan, el tiempo los abruma, los degolla. Ellos, los descabezados, deberán aprender a olvidar lo visto, lo aprendido, deberán descubrir los placeres reservados a los que ya no recuerdan, a los que hacemos excepciones. Nosotros los que no recordamos, los que revisamos tres veces el cerrar la puerta nos servimos del esquecimiento, de los objetos perdidos, del tiempo detenido.
III
He olvidado mis oídos, mi memoria ya no recuerda lo que quería conservar. En las tardes leo y olvido lo que estoy viviendo, olvido lo viejo que son mis ojos, lo gastados que están mis oídos, lo seco de mi lengua. Hago míos esos recuerdos que se borran en segundos de mi memoria, eso que yo le llamaba facultad de recordar es ahora un estorbo que guardo en mis borramientos cotidianos.
IV
Estas son las miradas al cuerpo del olvido, las miradas del que puede lamentarse, del que trata en vano de quererse, de recordarse, de esos niños que no reconocen sus límites corporales, que se desmiembran, que se desgajan en el desbordamiento de sus fluidos, que son ahogados en esas memorias de los abusos, de los gritos que los despiertan todas las noches.
V
Ser adulto es el colmo de la estupidez. Uno debe luchar por admitir que olvidar es sorprenderse leyendo nuevamente lo que nos maravilló, es aprender a recordar las caras olvidadas por la razón.
INVIERNO VI
I
La soledad no se encuentra sola, siempre viene acompañada por tres perros ahogados de sus espacios vacíos, que se hunden en sus silencios, que abrazan sus recuerdos, que escapan de los idiotas que los han alimentado.
II
Siempre defiendo la soledad en la que vivo, el infierno en el que madrugo, los libros que me aburren, la tristeza con la que ceno. Solo voy a fiestas donde nadie me hace caso, donde el horror de la estupidez es palpable, esos son los paraísos en donde puedo reafirmar la necesidad de estar solo.
III
La soledad es el imperio de la vejez, es poder transitar sin necesidad de reafirmaciones, sin tener que jugar ese juego de los orgullos, de los egos que intentan llenar los espacios inagotables, es el estar mirando al espacio vacío sin que nadie te perturbe o cuestione, es el pacto más honrado con nuestro ser, es la conciencia de la muerte.
IV
La soledad es una bestia que escupe placeres mediante actos sublimes, es el dios que te encamina a la cama fría de los hospitales, es el hielo que te hormiguea las manos, es el espejo donde por fin ya no hay reflejos, es un patrimonio que intentan robarte constantemente, son las calles llenas de seres inocuos de conciencia y reflexión, es la muerte que te susurra al oído para que no despiertes.
INVIERNO VII
I
Hemos sido derrotados, la humanidad está hundida, es un desastre, solamente escupe fracasos, nuestro olor a miedo es palpable en cada esquina, en cada edificio, los egoísmos son los únicos actores activos en los pasillos del matadero en el que nos encontramos, en cada una de las filas interminables de los bancos que nos sofocan. Los pequeños éxitos son meros impostores, meros espejismos para seguir hundiéndonos en este lodo de ilusiones fracasadas. Somos el olor de peste del mundo, el error, la mierda que se embarra en los zapatos.
II
El trabajo es lo más divertido que nos ofrece la peste de lo cotidiano, es el sabor amargo del aburrimiento, son los años que se acumulan en las caderas, en las panzas que se desbordan, son las emergencias atropelladas por las realidades que aúllan moribundas, es el despertarse con la cama húmeda de fracasos que te abrazan sin dejar que te levantes. Somos los guardianes de que nadie avance, de que fracasemos juntos, somos las envidias materializadas, somos la violencia de las lenguas perforadas por los que nos observan lascivamente, somos la saliva que se escurre de sus bocas.
III
Lo único que existe son los fracasos de una sociedad que se asolea despreocupadamente mientras el temor se fortalece cada mañana, dejándonos sin el desayuno, tomándose nuestro café para que no despertemos, haciéndonos fracasar en cada sorbo. Pensamos que hemos obtenido todo antes de vernos caer como bestias heridas, desestructuradas, llenas de errores. Ellos los que nos empujan saben más de nosotros que nosotros, somos en esencia una acumulación de ignorancia y publicidad que nos hace orgullosos de nuestras incapacidades.
IV
Somos huérfanos de una sociedad mal oliente, que renuncia, que fracasa, que solo nos deja en los autobuses llenos de gente camino a un trabajo sin sentido ni placer, ya nada es interesante, ya no existe ninguna libertad, solo existen las horas que pasan mientras uno espera volver a dormir para escapar.
Los contratos son como los matrimonios, están escritos para fracasar en el estancamiento del para siempre, de lo inamovible, de los atascos que se pudren desde el interior para soltar su peste, sólo esperamos a que lleguen nuestros propios fracasos, nuestros propios descalabros.
INVIERNO VIII
I
La virtud de los locos es el silencio, pero el ruido subsiste ya que vivimos bajo una manipulación perversa y muy sutil de las palabras que en cada segundo se desmoronan como monumentos, como mi silencio que es imposible, que no entiende el sentido de las cosas, que solo aumenta, que solo se extiende mientras los tercos me siguen hablando al oído e intentan decirme que debo hacer, como debo actuar; ya no los escucho, me siento solo a la mesa, para ver al vacío y escuchar mi silencio.
II
Tu eco dura mucho más que tus respuestas, me ofendes, necesito que hagas más ruido, que rompas el silencio, que retumbes, que me causes desconfianza, que me inquietes, que llenes los vacíos que me ahogan mientras me trago mi lengua durante las madrugadas en las que ni mis perros se despiertan al ahogarme con tus reflujos.
III
La mentira es lo más difícil de manejar, son solo palabras que en un principio hacen poco ruido pero son peligrosas, van como los ecos perdiéndose entre las ofensas, se incrementan los dolores, nos desdibujan, ya no sabemos manejarlas, nos sobrepasan, son una forma de borrarnos, de eliminarnos llenándonos solo con vergüenzas.
IV
La lluvia es el más fuerte de todos los ruidos, te calla con su barullo. Mi sordera es el único esclavo de tus palabras insensatas que siempre me traicionan, mi silencio es el único amigo fiel que resta en esta relación.
V
Las personas vacías hacen más ruido ya que no conocen lo que significa una conversación sin palabras, solo se llenan con botellas vacías que arrojan rompiendo los silencios de los callejones empedrados que se oscurecen y se llenan de maleza. Cuídate de esos cuellos estrechos, de esas mentes silenciosas de esos egos grandes que se angustian al solo ver el desorden.
INVIERNO IX
I
El crimen nos hace iguales, el silencio nos ciega, la corrupción de tus encuentros nos desarticula, ya no existen destinos, los afectos se han podrido en el sol de medio día, ahora solo existen las traiciones que se engullen de devastadores desangramientos. Somos los desollados que purgan por respirar en las alcantarillas de una sociedad sin salida, de una voz acallada, de las miradas contaminadas, la traición es la moneda de cambio, ahora es el único baluarte que nos sostiene.
II
Mi padre me enseño el malestar, con él aprendí la sin razón del quejarse, me enseño como arruinar las ambiciones, como guardar silencio y esperar el naufragio al ahogarme en 7 cajas de rivotril. Mi madre fue más profunda y concisa en su letargo, ella me mostró la ceguera, me enseño el poder ver fijamente a la pared sin pensar en soluciones, con ella aprendí la locura del encierro, me enseño el tocar los bordes y cortarme, respirar para ahogarme en las sin sentidos, aprendí a mentir, a engañar, a engañarme.
III
Cállate el asesinato, cállate el dolor, cállate la angustia, cállate, guarda silencio, olvida las personas que transitan en el metro, olvida el perdón, ocúpate solo de ver el futbol, de disfrutar de las compras en grandes ofertas mientras te endeudas de realidades, de compromisos fracturados, exige el nombre de los infractores de tu tranquilidad, exige quedarte ciego, grita sin lengua, sin poder salivar, sécate en la ignorancia, se feliz mientras te cubres de cremas protectoras de desesperanzas, de sociedades podridas que apestan en los rincones de tu sala, de tu casa perfecta.
IV
Me arrepiento de tus seguridades, me dan desconfianza tus certezas, me tientan los asesinatos de todos los silencios, quiero poder robar las razones de los armarios blindados de lo inamovible, rezo por la negligencia de las instituciones, pienso en lo importante que es encerrarme en los sin sentidos de los sábados por la tarde, deseo borrar todos los deberes, me esfuerzo por hablar mucho sin decir nada, quiero ser un senador más que solo engorda su cartera y su panza, quiero lograr ser un funcionario del estado que solo ve el reloj esperando termine el martirio de existir, soy en concreto la desconfianza que se nutre de realidades.