Manual de las destrucciones urbanas y buenas maneras de la ceguera ó derivaciones de Bruno Bresani sobre la obra de Cris Bierrenbach
Cris Bierrenbach cuestiona el cuerpo, cuestiona los encajonamientos, las buenas costumbres y las limitantes, nos lleva sin posibilidad a resistirnos a la pregunta ¿Cómo habito mi cuerpo? ¿Cómo me relaciono con él y con las limitantes que la sociedad intenta imponerle?
La autora en este ensayo-destructivo del icono-fantasía nos borra en primera instancia el rostro de la ilusión, nos apaga la sonrisa de los amores eternos, transforma la alegría y la consumación del proyecto social en mujeres sin identidad, en luces que ciegan la posibilidad de la alegría hegemónica, luces que niegan la posibilidad de la felicidad institucional.
El rito que destruye Cris es el rito de paso a la estructuración social, a la familia pilar y ejemplar, la autora decide cuestionar el acto performativo de la estabilidad, decide escurrirlo al dejar las imágenes en la intemperie, con ello logra embarrarnos la descomposición social, nos pone ante los ojos cómo las relaciones “felices” y aceptadas por la norma se van desgastando y se van desdibujando, tal como la fantasía y la ilusión de un pastel de betún con varios pisos el cual se va desmoronando, el cual se va apagando y pudriendo ante nuestros ojos.
En esta pieza Bierrenbach realiza varios procesos, la obra es continua no se detiene en el click de su cámara, va creciendo en concepto y se va desdibujando físicamente, todo este proceso nos muestra el paso del tiempo en nuestras vidas, nos enseña o nos deja ver como nos corroemos y oxidamos día con día, relación tras relación. Esta perturbadora muestra de nuestro desgaste nos pregunta ¿para qué seguimos con estos ritos, si estos se desmaterializan en cada lluvia, en cada cambio, en cada respiración de nuestras emociones? ¿Acaso buscamos permanecer aún con nuestros rostros apagados y nuestros cuerpos escurridos?
Cris Bierrenbach nace en el año de 1974 en Sao Paulo, donde ha trabajado como artista independiente y fotorreportera desde la década de los 80s. Se inició en esta labor en el periódico Folha de Sao Paulo, a la par ha colaborado en diversas galerías entre las cuales destaca la galería Vermelho. Su último trabajo como reportera lo desarrolló en Haití donde decidió desviar la mirada y enfocarse en las huellas que dejaba la ropa abandonada por las calles, estas huellas que despertaban aun más el terror de la destrucción vivida durante esos segundos de muerte.
En este ensayo entremezclo las normas impuestas por el Manual de Carreño y la ilusión fantasiosa de la novela Lo que el viento se llevó . Esta mezcla pretende solamente jugar con frases y conceptos de lo que se establece como “lo aceptado y bien logrado socialmente”, estas “buenas costumbres encumbradas”, las cuales son manchadas con el escurrimiento del desgaste de la vida reflejado en las imágenes de las novias olvidadas, de las novias corroídas de la autora Cris Bierrenbach.
CAPÍTULO PRIMERO
DE LOS DEBERES PARA CON LA SOCIEDAD
I
CON LA PATRIA
Ya se contaban sesenta años caminando a la par de sus cabellos crespos y rizados, los cuales cortaban las chaquetas de franela en la sala blanca de plata en donde su rostro no mostraba una sola arruga del tiempo transcurrido. Yo sola en mi sala, me sentía muy ansiosa al ver a papá con sus duros ojillos azules y jóvenes, mientras él solamente pensaba a solas, totalmente a solas y totalmente desamparado.
Nosotros sólo nos quedaríamos con la tranquilidad de la juventud, la tranquilidad de quien no piensa algo malo. No nos hacía bien el preocuparnos tanto, pero no podíamos evitarlo, siempre nos hemos agobiado la mente con problemas abstractos, pero aun así nunca antes habíamos hecho esto, hasta que ese día vino un viejo a hacer un pedido, él solo quería saber cuántas cartas hay que pedir en una jugada de poker.
Nadie supo jamás si lo lamentó alguna vez, si lamentó su decisión equivocada, aun después de haberse preguntado y casarse. Él lo había dicho como nadie más “lo mejor que siempre he poseído es mi labia”. Todo ello lo había dicho para su patria querida, a la cual nadie osaba revelar, ante este momento, ante esta situación contuve mis lágrimas hasta que se marchitaron, casi como el orgullo de la mirada.
¿Por qué he de quejarme, cuando no he hecho más que lo correcto y al final seré más feliz por haberlo hecho?
Ella había borrado todo de su mente lujuriosa, solo para aparentar no necesitar ninguna ayuda, y eso solamente lo realizo porque tiene solo a un amigo.
¡Queridas señoras… nunca imaginé su tremenda osadía!
Y le llegaron todos sus recuerdos, incluso cuando abandonó aquella graciosa y acogedora ciudad, lo cual la hizo sentirse aún mejor que su esposo confortándola y sosteniéndola en un barranco vacío. Deben perdonarme pero permítanme que les diga que morir por la patria es vivir siempre hundido en los recuerdos amargos del origen.
II
CON NUESTROS SEMEJANTES
¿Pero no crees que quizá, por un error, no le haya dicho a una antigua amiga, que deseaba anunciar su boda por la noche?
¡Basta no me interesan tus intrigas!
Yo lo consolaré mientras tú vas en búsqueda de las muchachas de mucha importancia, ya que yo tengo que analizar esta cuestión a fondo con mucho tiempo y poner fin a semejantes travesuras, las que, y no sé por qué, se enterraron con todas nuestras cosas silenciadas.
Él en ese instante me susurró ¡Sí!
Pero al ver que ella no reía, ni gritaba, ni se había desmayado, dijo en voz alta y con gran entusiasmo
¡La amo!
Por primera vez en mi vida me faltaron las palabras delante de la más bella muchacha que nunca he conocido, la más adorable y gentil, y yo la amo totalmente, como amo mis arrugas decadentes. En ese momento suspiré ya que casi no podía creer lo que sentía.
CAPÍTULO SEGUNDO
DE LOS DEBERES PARA CON NOSOTROS MISMOS
I
LA DURACIÓN DE LAS VISITAS DEL DUELO EN EL TACTO SOCIAL
Los habitantes de la costa son pobres y sienten mucho el aire por no poder remediar a los gemelos, por esta razón los dejan de pie con el pelo negro y rizado, con el cutis oscuro, con los ojos grandes y negros, con la nariz larga, con los dientes bonitos, con las manos y los pies pequeños de café, todo ello solo para mostrarnos su tacto abandonado, solo para demostrarnos sus vanagloriados logros gracias a los cuales se concentrarán y nos darán sus nombres en una forma masculinizada, jugando a que son hermanos sentados en el porche de su casa al atardecer, con el olor a durazno en las manos, logrando con ello extinguirse en el último eco de sus gritos.
Eran tan altos como yo, muy corteses para ser chicos y muy burlones durante aquella mañana. Ninguna de nosotras podía resistir sus persuasivos movimientos, ni su aromática invitación, incluso los duelos y las contiendas las libraban con esa actitud indolente, siempre podían contestar acariciándose la cabeza sobre sus rodillas, en donde ella, la que los abandonó, los había vuelto a llorar como una sonámbula a medio día.
¿Qué edad tendrán?
¿Qué noche es hoy?
Las sombras eran cada vez más densas mientras brotaban por el pico de la cafetera como una gran veta de violencia. Ante este estallido, ante este ruido, ella siempre tenía la pregunta en la punta de la lengua, la cual contenía un último tono verdoso, el cual estaba desapareciendo del cielo, así que se sentaron a la mesa para cambiar sus pañuelos de una costilla de la vida, a una costilla suavizada, con una mano suave, cuyo tacto inútil nunca habían logrado destruirlo todo, solamente había logrando sentir su rostro algo rígido por todos sus dolores, los cuales había contenido durante tanto tiempo, ellos, estos dolores, se contenían gracias a su tacto raro, gracias a ella y a su airecillo frío, el cual había precedido a la agradable y total serenidad de las servilletas que llegan cada diez minutos de forma calmada, juvenil y vigorosa hasta su boca, la cual se encontraba verdaderamente adolorida de tanto dilatarse a disgusto entre sonrisas forzadas para evitar que los gemelos se enterasen de su secreto, ellos, los gemelos aún con todos sus intentos por descubrir el secreto, nunca lo lograron, incluso intentaron maneras indirectas durante todos los atardeceres de ese verano, pero no lo lograron, incluso mientras se encontraban fregando platos y viéndose a los ojos.
II
DE LOS BAILES DE CAMPO
Me quedaré sentada, ¡no!, no bailaré, a mí no me gustan los bailes por las mañanas donde no nos divirtamos como mínimo la mitad de una hora.
¡Te apuesto doble contra sencillo!
Le he prometido tres bailes y supongo que viene a buscarlos después de dos años de dar vueltas acompasadas, aun después de todo, aun incluso que hayamos estado fuera, él ha llegado de forma agradable y especial sin ni siquiera saber que está allá afuera en el muelle.
¡Pero qué fastidioso! Murmuró con un aire lánguido, el cual llenaba toda su comarca de meriendas campestres.
Solo acertó a decir: me gusta volar, saltar y brincar, aunque no sepa nada de cómo hacer una barbacoa o de cómo leer y descansar, no dejaré de trabajar con frecuencia y entusiasmo como siempre lo realizaban los gemelos junto al lago.
CAPITULO TERCERO
DEL ASEO
I
DEL ASEO A NUESTRA PERSONA
Los míos están arruinados con manchas.
¿Tampoco sabes nada de eso?
Hubiera pensado que dos paseos largos por la mañana te bastarían, pero en este ambiente jamás volverías, ni siquiera tomando el tiempo poco a poco para ser nuevamente ella, ni ninguna otra que tenga los pies calientes, ni ninguna otra que hayas leído.
Las dos estaban en un suburbio de la ciudad durante el frío y nublado verano pasado, por ello te aconsejo que te quedes y así antes que te des cuenta recobrarás la normalidad.
Querida mamita siempre he tratado de rebajar tu presunción abriendo sendas con gran energía aun durante todos los meses que siguieron a la rifa de beneficencia, aun cuando la nieve estaba floja y pronto pudiste abrir una senda para verlos llegar cada vez que ella venía, aun sin poder comprar a otros, como esos otros los cuales compraron a su madre, las cuales se morirían sin que ellas lo supieran, ellas, las madres, siempre se ubicaban al lado del fuego, aunque solo tuviesen diecisiete años y parecieran estar llenas de salud.
II
DEL ASEO EN NUESTROS VESTIDOS
No creo que ninguna de ustedes sufra como yo, que estoy sentada como Stuart a la fresca sombra, a eso se le llama amar a nuestro prójimo más que a nosotros mismos.
Nunca he visto jamás a mi madre por ello tengo la mala costumbre de ponerme de pie delante de los vecinos gritándoles:
¡Porque tienen que ir a la escuela con muchachas impertinentes!
Encontré a su padre, aquella mañana de Abril y me gustó verlo sacar sus regalos apoyándose en el respaldo de la silla delante del fuego. Él era un hombre robusto que quemó mis vestidos, mientras se encontraba mendigando semillas de algodón o un trozo de tocino, tal como lo hacía siempre a pesar de estar constantemente remando a contracorriente, todo para no salir jamás adelante, cosa que era frecuente aun odiando a sus vecinos, los cuales lo atormentaban por no llevar la lección bien preparada.
Desde 1861 la joven vecina nos ofrecía una imagen linda y atrayente, él, su padre, aprovecho el momento en que su madre subió a buscar vestidos para los hombres, y sin ni siquiera sentarse a realizar su labor de costura la tomo entre sus manos y le dijo: “se ve un poco” y le aconsejó que no me moviera para que nadie los viera.
Se ríen de nuestros vestidos porque nuestro padre no es rico, incluso al vestir su vestido floreado de organdí verde que usaba durante las horas en las que comía.
Le dije en un susurro: Usted puede reírse si quiere; es muy gracioso.
Percibí su desprecio aun bajo una cortesía aparente, percibí sus insultos porque no teníamos la nariz bonita extendida como un oleaje sobre sus telas asistiendo a los enfermos que sólo se ocupan de la contabilidad mientras odian especialmente a los engreídos ricos.
CAPITULO CUARTO
DEL MODO DE CONDUCIRNOS DENTRO DE LA CASA
I
DEL ACTO DE ACOSTARNOS, Y DE NUESTROS DEBERES DURANTE LA NOCHE
¿Qué piensas mamá de que vallamos a comprarnos alguna guerra?
Sí, pero solo para darle un beso a cada una de ellas.
¿No dijeron nada anoche cuando llegaron?
Esa noche estábamos en el Pantano de la suerte, en ese momento precisamente, en ese instante llegaron todos espantados, temblando con todas sus cosas, dándonos una sorpresa, metiéndose a la casa y cerrando la puerta.
Diles que pienso en ellas durante el día, diles que vino mamá, y que nos sacó para llevarle el nuevo caballo garañón que había comprado encaramado a las vigas; dile que mamá siempre le hablaba al caballo, dile que necesitamos salir para hacer compras por la mañana o por la tarde, dile que nunca he estado en mi vida tan harta de una palabra, tan harta por las noches de oro como en el libro del hombre que se llamaba Auxilio, dile que el mes pasado, toda la casa estaba revuelta, como si se tratara de una persona.
Hay mucho que hacer y papá no deja de hablar de la guerra, la cual empezaba esta mañana y solo en ella él encontraba consuelo, un consuelo sin un solo respiro, sin una mirada.
¡Qué animal tan robusto!
Y él, el animal comía en su mano, y su mano representaba a la noche durante la tarde, durante los señores de un solo año, durante las miradas interminables.
¿Qué haremos para lograr eso?
Como un gran caballo tienes que decirle a tu padre que vaya a verlo en seguida a donde no hay nadie como nuestra madre para entenderlo, más aun cuando este andaba de un lado para el otro con las manos en la espalda y la nariz levantada, viniendo solo a verlos hablar exaltadamente y recordándoles que mientras esperábamos ellos solo trabajaban.
Así que ella preguntó de una forma romántica.
¿Ya he mordido al mozo que nos trajo?
¡En nombre del cielo, en nombre de todos los Estados, en nombre de todos los derechos me pones muy nerviosa, con una tarea tan poco interesante de cumplir!
II
DEL VESTIDO QUE DEBEMOS USAR DENTRO DE LA CASA
Yo sé, lo hago dando lecciones a esos niños terribles, como rayos que dibujaban lo malo al quejarse, pero a mí me parece adecuado que frieguen los platos con la razón, ya nunca podrán acostumbrarse a mi desengaño de no ser un niño mas.
¿Oh pero puedes estudiar leyes con el deseo infiltrado en casa?
En el patio de los surcos oblicuos bañados en la luz de los árboles voy arreglando la casa, lo cual es el trabajo más desagradable del mundo, aún mientras estábamos haraganeando en aquella tarde de abril, aún ahora que nos moríamos de ganas de ir a pelear, así que le contesté despreocupadamente a la pregunta que no importa gran cosa y dije de forma quejosa mientras se resaltaban las sólidas masas de blancos capullos sobre el fondo de verde césped, el cual me irrita y me pone ásperas las manos que no pueden tocar el piano, aún cuando acaban de ser expulsadas de la Universidad al lado de papá y aún cuando tengo que permanecer en casa como una vieja cualquiera a pesar de que hubiéramos tenido que volver antes del fin de curso con los caballos gemelos que estaban amarrados mirando a los suspiros de cualquiera, y más al oír otra vez a sus dos hermanos mayores sacudiendo los calcetines azules, sacudiendo el color del ejército, hasta que dejaron sonar a todas las agujas, hasta que dejaron rodar el ovillo. Ellos eran animales grandes, jaros como el cabello de sus dueños, ellos habían vuelto a casa por haberse negado a permanecer en una institución donde los gemelos no eran bien recibidos.
¿Y por qué sus patas se debatían de forma nerviosa al considerar su última expulsión como una broma deliciosa?
CAPÍTULO QUINTO
DEL MODO DE CONDUCIRNOS EN SOCIEDAD
I
DEL TEMA DE LA CONVERSACIÓN
Vi aquellos ojos, que eran un palacio encantado, gracias a la guerra que resultó ser un gran préstamo de éxito imposible de soportar durante mucho rato.
Esto resultó ser una conversación inocua, sin sentido.
¿Le gusta a usted su escuela llena de placeres y esplendores, que nadie disfruta?
Está usted tan loca que es capaz de dejarse llevar por las brujas metiéndose en casa y cerrando la puerta al reírse de los gatitos del olvido y guardar toda su timidez, entrando en conversaciones sin sentido fácilmente, sonriendo al hablar, logrando cambiar de conversación, después de una breve pausa señalando los hoyuelos de sus mejillas, y agitando sus negras y afiladas pestañas tan rápidamente como alas de una mariposas.
Por mucho tiempo había deseado contemplar aquellas glorias escondidas de las cuales nunca había estado tan harta como de sus palabras, las cuales los muchachos deseaban entusiasmados, tal como ella nunca lo quiso por asegurar que todos ellos son un estorbo y al tratar con indiferencia a aquellos muchachos parecería que deseaba la guerra por las mañanas, tardes y noches, aún cuando todos los señores que vienen de ella se ven muy exaltados y se apresuran a disculparse por haberla disgustado, por no haberla encontrado interesante.
Desde el baile había tenido aún más interés en tratarlo y había imaginado varios modos de entrar en conversación con él; hasta ponerlo tan nervioso que de buena gana se echaría a llorar lo cual solo es asunto de hombres, y no de señoras. Aquellos hombres no consideraban aquella actitud como prueba de la feminidad por el contrario, lo consideraban como consideran a la guerra, insalubre e inocua, lo cual algunas veces llegó a pensar tienen razón.
II
DE LAS CONDICIONES MORALES DE LA CONVERSACIÓN
Cuéntanos otra historia, mamá; una historia con moraleja, con la guerra siempre presente en el fondo, con la prohibición de las limas aún sabiendo que estarían desaprobadas durante aquellas visitas imposibles y llenas de alegría, dándonos una última carta de confusión en el cerebro de todas las mujeres, como ella a la cual le gusta pensar, en particular le gustaba pensar en ella, aun después de las relaciones de ausencia y de ancianidad en las cuales los dejaba solamente observar alarmadamente mientras habrían jurado dar una vista a la conciencia de la sociedad que los despreciaba.
Las noticias eran tan buenas, que no podíamos menos que llorar y reír al leerlas. Para su conocimiento, les diré que hace menos de un mes estuve en Inglaterra viendo lo que son verdaderas y no muy pedagógicas madres las cuales se maravillan viendo a los hombres desconocidos, que venían a visitarlas solamente por sus hijas.
¡Qué amable es el señor y qué suerte que los negocios lo tengan cerca de ti tanto tiempo!
Después de un corto silencio, llego con los jóvenes sin tarjetas de presentación y cuyos antecedentes eran desconocidos quebrantando la principal regla tras una guerra larga y borrascosa, igual que una mosca que sucumbe ante un vaso de miel donde las chicas son ángeles y ayudan con la costura del perro o del caballo que se encuentra en condiciones de inferioridad.
Ellas jamás besaron a sus maridos antes de casarse, solo los querían desterrar como a una goma de mascar, haciendo una hoguera la cual les aseguraba un bloqueo arriesgando en su vida e insistiendo en hacer que todos fueran trabajos duros, tal como aquella holandesa gorda que se sentaba en el trono llena de un alma temerosa al no poder dar crédito a sus ojos cuando sorprendió a todas besando a su novio como las ristras de alfileres, de agujas, de botones, de carretes de seda y horquillas para los cabellos.
Temería que hicieses demasiado si no supiera que ‘esta disposición moral’ no durará mucho y que es casi imposible encontrarse ante estos objetos de lujo ya que Dios no aprueba la esclavitud como la de un reloj que nunca olvida lo que decimos.
Nuestra consternación aumentó aun rehusándonos a sentirnos avergonzados, aun sintiéndonos suprimidos y estafados, aun al vernos dentro de las muecas, dentro de los motes y las caricaturas; en fin, se nos había prohibido todo lo que se puede llegar a hacer para intentar tener en orden a cincuenta chicas rebeldes.
CAPÍTULO SEXTO
DIFERENTES APLICACIONES DE LA URBANIDAD
I
DE LA CORRESPONDENCIA EPISTOLAR
Ella era la administradora de correos, por ello siempre vestía la casaca destinada al dolor, ojalá estuvieran de moda también los sombreros grandes, porque los días calurosos queman la cara, todo ello por estar mucho tiempo en la casa solamente deseando ser ella misma.
¡Qué pícaro es el trabajo diario!
¿A quién le hiciese este regalo?
¿Qué importa si podía abrir el candado de la puertecilla y destruir la correspondencia?
El paño de lana gris a llegado a ser literalmente más caro que los rubíes, y yo al enterarme solamente acerté a contestarle que lo haría si tuviera uno. Me han enviado varios para probarlos durante un día de Julio, aún cuando me encontraba con las manos llenas, vistiendo solo una grosera tela doméstica, la cual solo me la pondría en broma, y solo para demostrarles que no me importa la moda y fui vestido con ella por la casa dejando paquetes y cartas, colgando los sombreros de ala ancha sobre los bustos del cartero.
II
DE NUESTRA CONDUCTA RESPECTO DEL PÚBLICO
Mamita llegó del vestíbulo siendo una mujer enorme, con ojitos penetrantes de elefante, con cuatro chicas que sólo comían al vestirse de la más profunda depresión, comían sin dormir, comían telegrafiando su desaprobación por mi conducta durante toda la semana de virtudes, durante toda la semana que estuvieron en la vieja casa.
Ella era una negra reluciente, africana pura, devota, con pocas comodidades y placeres, con la felicidad vibrante por la razón equivocada, por todo ello, ella se levantó con los ojos pesados, con los ojos infelices, se levantó algo enojada con sus amigas avergonzadas de sí mismas por no haber hablado francamente aclarándolo todo, solo se le vio arquear delicadamente las cejas sin necesidad de mentir mas a toda la vecindad.
Daremos por ellos hasta la última gota de nuestra sangre, la de nuestros padres cuando nos amaban tiernamente, aun así ellos no estaban contentos, de nuestra extraña conducta durante aquella mañana en que todas estaban dormilonas y contaban con suficiente energía para reanudar la única palabra adecuada para definirlas, esta palabra solo podía ser descarada y sorpresiva ya que poseían toda la disposición de la mano derecha, toda la atención de la desesperación de sus tres hijas y del terror de los demás habitantes de la casa.
Al llegar aquí, las oyentes se miraron a hurtadillas.
¡Él no sabía!
Pero enseguida notó algo en la conducta de sus amigas, al tener simultáneamente a las tres muchachas abriendo sus quitasoles de bondad, diciéndonos que ya habían comido bastante, así que dieron las gracias por todo el ánimo celestial y su abnegación del orden.
Nuestra mamita era negra y contaba con una única regla de conducta: el orgullo elevado, el cual se puso a coser diligentemente alrededor de la vanidad y del deseo de creer respetuosamente, pensando esto creyó que se interesarían en lo que ella les decía y que la mirarían con ojos de curiosidad.
Todas estas chicas deseaban ser buenas y tomaron pésimas resoluciones. Si tan solo todas supiesen que ella las amaba tocándolas ligeramente con los dedos del brazo de un hombre que tenía cerca, logrando con esto que las chicas flotaran insensiblemente, devolviéndolas a su conducta acostumbrada de no realizar nada.