Danse Serpentine (1896), Hermanos Lumière
En Danse Serpentine, los Hermanos Lumière capturan algo más que una danza: documentan la emergencia del cine como un arte de lo inasible. La pieza, filmada en 1896, parece simple en su superficie —una figura femenina que gira envuelta en pliegues de tela, en un escenario oscuro—, pero condensa en su breve duración una propuesta radical: el cine como ritual de aparición, como maquinaria de metamorfosis, como acto de pensamiento visual.

Lejos del registro realista por el que se conoce a los Lumière, esta obra encarna lo que Tom Gunning ha definido como el cinema of attractions: un cine que no representa, sino que presenta; que no narra, sino que exhibe. Aquí, el cuerpo no es vehículo de una historia, sino superficie de fascinación, vibración y luz. Gunning señala cómo, en los primeros años del cine, lo central era el impacto sensorial directo: una exhibición del poder del medio para transformar lo real en espectáculo perceptivo. Danse Serpentine se inscribe en esta lógica, pero va más allá, proponiendo una coreografía óptica en la que la imagen misma deviene cuerpo.

La figura en movimiento —posiblemente una reproducción filmada de las danzas de Loïe Fuller— se pliega y despliega como una flor de fuego, como un remolino de luz. En cada giro, en cada onda del vestido, no solo se celebra el movimiento: se piensa el gesto. Como lo ha propuesto Georges Didi-Huberman, el gesto es una forma de interrupción que revela lo invisible en el seno de lo visible. La danza, en este caso, interrumpe el estatuto del cuerpo como identidad, para volverlo un tránsito, una aparición que nunca se estabiliza. No se trata de representar a alguien, sino de hacer que algo aparezca.

Desde esta perspectiva, Danse Serpentine se convierte en un espacio de pensamiento sensible, lo que Andrea Soto Calderón denomina una “imagen pensante”. No una ilustración de una idea, sino una idea que se forma en la experiencia misma del ver. La obra de los Lumière activa una percepción no lineal, no narrativa, donde el tiempo se ondula, se repite, se pliega. La imagen deja de ser una representación de lo exterior para convertirse en un acontecimiento perceptivo, un lugar en el que el ver se transforma. En este cine inaugural, la cámara no solo mira, sino que produce mundo.

Así, esta obra no debe entenderse como un mero documento histórico, sino como un umbral: el momento en que el cine se vuelve lenguaje sin palabras, imagen sin relato, cuerpo sin identidad. Danse Serpentine es un acontecimiento en sí mismo, una intuición temprana de que el cine puede ser, desde su nacimiento, una forma de pensamiento encarnado.