
La obra de Julio Ruelas se inscribe en los territorios crepusculares del simbolismo, donde la imagen es vehículo de una sensibilidad desbordada por lo trágico, lo erótico y lo fantástico. Su práctica artística —enraizada en la tradición gráfica, pero profundamente permeada por la literatura y la filosofía finisecular— configura una visión que desafía el realismo imperante en el arte mexicano de su época, proponiendo en su lugar un universo dominado por lo alegórico, lo perverso y lo sublime.

Influenciado por las corrientes simbolistas europeas y por figuras como Arnold Böcklin, Odilon Redon y Max Klinger, Ruelas encuentra en la línea grabada un instrumento para explorar los abismos del alma, los impulsos reprimidos y las fuerzas irracionales que habitan el inconsciente. En obras como La muerte del pecador, El sueño de oro o La dominadora, el artista proyecta un imaginario saturado de tensiones entre lo espiritual y lo carnal, lo demoníaco y lo sagrado, dando forma a figuras híbridas, alucinadas y muchas veces inquietantes.

A través del aguafuerte, la litografía y el dibujo, Ruelas construyó un repertorio iconográfico que oscila entre lo mitológico y lo decadente: esqueletos, sátiros, esfinges, mujeres fatales, ángeles caídos. Sus figuras, más que personajes, son metáforas visuales de los conflictos internos del sujeto moderno, atrapado entre el deseo y la culpa, el idealismo y la desesperación. Su estética, marcada por un detallismo obsesivo y una teatralidad contenida, anticipa las inquietudes psíquicas que décadas más tarde explorará el surrealismo.

En su paso por Europa, y especialmente durante su estancia en Leipzig, Ruelas consolidó un lenguaje plástico que si bien dialoga con las vanguardias europeas, conserva una mirada profundamente personal. Su colaboración con la revista Revista Moderna no solo lo posicionó como el ilustrador por excelencia del modernismo mexicano, sino que también le permitió articular una obra visual en resonancia con los malestares de su generación: el desencanto ante la razón, el anhelo de lo absoluto, la atracción por lo oculto.

Ruelas no concibió el arte como una representación del mundo externo, sino como una prolongación de las zonas más oscuras de la mente. Su universo está hecho de símbolos que no se explican, sino que se experimentan: la imagen como umbral hacia lo invisible, como espejo de un tiempo fragmentado por el tedio, la finitud y el deseo. Su legado, aunque breve, es intenso y disruptivo; un testimonio lúcido de una modernidad que se interroga a sí misma desde la melancolía, la belleza y la ruina.

