Viviana Silva es una artista chilena cuya obra se articula en torno a la visibilización de problemáticas sociales silenciadas por la historia oficial. Su práctica se centra en rescatar memorias ocultas, especialmente aquellas que emergen desde los márgenes del discurso institucional, como una forma de resistencia ante el olvido. A través de la imagen, Silva interpela los mecanismos de poder que administran la memoria colectiva y cuestiona la forma en que ciertos hechos son borrados, desplazados o neutralizados por los relatos dominantes.

En Proyecto Cordillera, la artista aborda la Cordillera de los Andes no solo como una presencia geográfica imponente —la cadena montañosa más larga del planeta—, sino como un cuerpo cargado de memoria, tragedia y violencia. A través de proyecciones de imágenes de archivo sobre la misma superficie montañosa, su trabajo se sitúa en la intersección entre el territorio físico y el territorio simbólico. Silva rememora episodios históricos como la tragedia del volcán Antuco de 2005, donde 45 jóvenes conscriptos murieron tras ser forzados por el Ejército chileno a marchar durante una tormenta a temperaturas extremas, sin el equipamiento adecuado. También evoca otros eventos previos de desaparición y muerte ligados a caídas aéreas en la zona andina, revelando la cordillera como un espacio donde el Estado ha inscrito, una y otra vez, cuerpos ausentes.

Su obra, cargada de una sensibilidad política y poética, busca activar la memoria desde las ruinas del archivo. Silva trabaja con imágenes como huellas latentes de aquello que persiste en el silencio, y propone una reflexión visual que hace del paisaje un testigo y un agente. En su mirada, la montaña deja de ser mero decorado natural y se transforma en un lugar de enunciación: un espacio donde el dolor y la resistencia se inscriben en capas geológicas y narrativas.

El trabajo de Viviana Silva desarma la neutralidad de lo documental para abrir un campo de afectos, de duelo y de crítica. A través de su obra, la historia se vuelve cuerpo, la imagen se vuelve memoria, y la cordillera —inmensa y muda— se convierte en un archivo vivo de aquello que no debe ser olvidado.
