
En Al este del mediodía (Sharq 12, 2024), la directora egipcia Hala Elkoussy despliega una poética fílmica que articula memoria, insurrección e imaginación política en un Egipto distópico que funciona como espejo deformante del presente. A través del viaje interior y exterior de Abdo —joven músico que intenta resistir la autocracia mediante la creación— Elkoussy produce una obra que construye un espacio de lo posible, de lo que Jacques Rancière llamaría la redistribución de lo sensible.

Filmada mayoritariamente en blanco y negro, con texturas granulosas que evocan una memoria impregnada de desgaste, la película se sitúa entre el documental político y la fábula alegórica. Elkoussy confía en el poder de la imagen como territorio de afectación, donde las texturas visuales y sonoras se funden para erosionar los límites entre realidad y ficción. Esta tensión encuentra ecos en Giorgio Agamben, quien señala que el poder no sólo opera controlando cuerpos, sino gestionando lo visible, definiendo qué se puede ver, decir o imaginar. En este sentido, el poder autocrático en Al este del mediodía no persigue únicamente la obediencia, sino que intenta aniquilar la potencia imaginativa de los sujetos.
El personaje de Abdo, es un ambiente del intersticio, atrapado entre la desilusión y la promesa. Su figura recuerda al niño profeta benjaminiano, aquel que habita el umbral del tiempo, donde el pasado no ha muerto y el futuro aún no ha nacido. Su música es un acto de reapropiación simbólica de un mundo que ha sido reducido a ruinas, y como tal, posee un carácter político, busca abrir brechas en el discurso hegemónico. Este gesto es medular en la lógica de las tecnopoéticas que Claudia Kozak define como intervenciones en el campo simbólico desde lenguajes artísticos que desconfiguran las tecnologías de control.

La tienda de la abuela Galala, cargada de objetos aparentemente inservibles —juguetes rotos, relojes sin cuerda, electrodomésticos obsoletos— opera como un archivo anarqueológico, en términos de Michel Foucault, un conjunto de signos no normalizados que resisten la economía política del desecho. Esta tienda es un lugar de reconfiguración del valor, es allí donde los residuos son re-significados como memorias afectivas, como retazos de historias.
Elkoussy también interviene los géneros cinematográficos. Su fábula no renuncia al surrealismo, lo utiliza como crítica de lo real. Las figuras con máscaras animales que persiguen a Abdo remiten a los sueños freudianos y a la imaginería felliniana, son condensaciones del trauma. En ese punto, su uso del sueño como estrategia narrativa se acerca a lo que Haraway denomina fábulas especulativas, son relatos que pretenden alterar el presente al generar condiciones para pensarlo de otro modo.
La apuesta ética de Elkoussy se revela en su abordaje de temas tabúes como el aborto, el trabajo sexual o la violación, sin convertirlos en mercancía visual. Lejos del morbo o la espectacularización, estos temas aparecen como parte de una topografía emocional en la que los cuerpos son el campo de batalla entre la vida y el poder. Como señala Achille Mbembe, el poder soberano en las sociedades contemporáneas tiende a actuar como necropolítica, decidiendo quién puede vivir y quién debe morir. En Al este del mediodía, esta lógica de muerte es confrontada por la potencia vital de los afectos, de las relaciones y del arte.
Por eso, el color —que irrumpe solo en momentos específicos, junto al mar— no representa una nostalgia romántica, sino una ficción insurgente. Es la visualización de lo que aún no ha sido colonizado por la lógica autocrática. La abuela le pide a Abdo que imagine, este acto, en apariencia simple, es profundamente subversivo. Como afirma Suely Rolnik, imaginar es activar la potencia creadora del cuerpo frente al dolor del mundo.