
Hilando sones, tejiendo historias es un documental profundamente íntimo y político, cuya fuerza reside en la posibilidad de articular la memoria colectiva a partir de una mirada encarnada, afectiva y comprometida. La ópera prima de Ismael Vásquez Bernabé ofrece un relato autorreferencial que se entreteje con el devenir de su comunidad, San Pedro Amuzgos, en la Sierra Sur de Oaxaca.

Narrado en lengua amuzga y construido desde el interior mismo de los saberes que documenta, el filme se presenta como un gesto de autorrepresentación y resistencia cultural. El lenguaje no es solo un medio expresivo, es un acto de preservación y de existencia política. En ese sentido, la decisión de narrar en la lengua originaria responde a una ética decolonial que reconoce la voz en lengua originaria como central en la producción de sentido y en la narración de la historia.

El documental entrelaza tres historias —la de Zoila, madre del director y tejedora; la de Donato, violinista fallecido; y la de Lorenzo, su heredero musical— y lo hace como si fuesen los hilos de un telar, con cuidado, con ritmo, con una delicada atención a los tiempos de la palabra y del silencio. Esta estructura, que privilegia lo coral y lo comunitario por encima de lo individual, emula la lógica del tejido tradicional y la transmisión intergeneracional del conocimiento.
La fotografía, capta la belleza serena de la cotidianidad amuzga, los telares, los surcos de la tierra, los rostros marcados por la experiencia. No hay efectismo ni espectacularización; hay una mirada paciente, sensible, que conoce lo que filma porque lo ha habitado. Esta estética de la cercanía se convierte en una estrategia política que subvierte los dispositivos de representación del indígena como “otro” y lo inscribe como sujeto histórico, narrador y agente de su propio relato.

Hilando sones también aborda una dimensión menos visible, el silenciamiento provocado por el avance de nuevas religiones que han desplazado prácticas culturales tradicionales como la música festiva. La desaparición de los sones tras la muerte de Donato es una metáfora dolorosa de cómo el colonialismo contemporáneo se disfraza de salvación espiritual, y cómo ese silenciamiento afecta los modos de estar en el mundo.

En su dimensión metacinematográfica, el filme es también una declaración de intenciones, Ismael cuenta para que otros puedan contar. Su gesto autobiográfico deviene colectivo, su regreso a la comunidad es también el trazado de una ruta para futuras generaciones de cineastas indígenas.

Hilando sones se finca en su capacidad para hacer visible lo invisible, audible lo silenciado y legible lo que ha sido sistemáticamente marginado, es un filme que se inscribe en la genealogía de un cine indígena contemporáneo que no pide permiso ni traducción. Su importancia se radica en lo que muestra, en cómo se muestra y desde dónde se muestra. En cada hebra visual y sonora, en cada gesto de Zoila o cada nota de Donato, se manifiesta una poética de la resistencia que convierte al cine en en el telar, y en la memoria.