
En Las novias del sur, Elena López Riera elabora un delicado y perturbador ensayo fílmico sobre la memoria encarnada en los cuerpos y los silencios de las mujeres que vivieron bajo el peso de una moral sexual represiva. Esta obra de 41 minutos es un gesto de arqueología afectiva, una carta inconclusa entre generaciones de mujeres y un retrato íntimo que explora las ruinas del mandato matrimonial desde la mirada melancólica.
La película se sitúa en un terreno híbrido —entre el cine de archivo, el testimonio y la forma epistolar—, que permite a López Riera conjugar el impulso sociológico con una sensibilidad profundamente personal. En vez de construir un discurso académico sobre el matrimonio, la directora ofrece un espacio de escucha y evocación donde mujeres ancianas relatan con crudeza, humor y ternura sus experiencias con el deseo, el sexo y el rol que se les impuso como esposas. Las novias del sur ya no son jóvenes prometidas, sino mujeres que arrastran décadas de historias no contadas, de cuerpos no escuchados.

El dispositivo es sencillo pero potente, planos fijos, miradas directas, voces que se entrelazan con imágenes de archivo —en particular, fotografías y filmaciones de bodas— que devienen casi espectrales, invocaciones de un pasado que aún moldea los imaginarios del presente. Al abrir un espacio de intimidad y confianza con las entrevistadas, López Riera recupera algo que el relato hegemónico había omitido, la sexualidad de las mujeres mayores, sus deseos, sus frustraciones, sus anhelos aplazados. Este rescate no se hace con nostalgia sino con lucidez crítica, como si cada testimonio arrancara un velo a la imagen idealizada de la novia, despojándola de su blancura simbólica.
López Riera se sitúa desde el presente en esa ruptura silenciosa que se inscribe en la dimensión política del film, lo que está en juego no es sólo la memoria del pasado, sino la forma en que lo no vivido, lo que no será, define también la identidad femenina. La frase “una hija vieja no hace hijos”, dicha en voz alta por la narradora, resume una herida íntima que dialoga con las renuncias heredadas y las elecciones contemporáneas.
La melancolía que recorre la película —como bruma tenue pero persistente— no es sin esperanza, sino que configura un duelo generacional donde las risas de las entrevistadas, a veces pícaras, a veces irónicas, ofrecen momentos de resistencia. El montaje (a cargo de Arianda Ribas y Ana Pfaff) acentúa esta dimensión coral y rítmica, permitiendo que los testimonios fluyan como una polifonía que construye comunidad. La música de Alejandro Castillo subraya la emotividad sin caer en lo sentimental, y la fotografía —compartida por López Riera, Alba Cros y Agnès Piqué Corbera— captura con sobriedad luminosa los rostros y cuerpos de las protagonistas, como si cada arruga fuera una línea escrita en el tiempo.

Las novias del sur propone una escucha abierta a la multiplicidad de experiencias. Frente a la rigidez del modelo matrimonial tradicional, la película ofrece un espacio para preguntarse qué otras formas de deseo, de afecto y de genealogía femenina pueden imaginarse. Al hacerlo, no solo rinde homenaje a quienes allanaron caminos difíciles, sino que también legitima el derecho a desviarse de ellos.