
La novela Cosmos (1965) de Witold Gombrowicz y su adaptación cinematográfica de Andrzej Żuławski (2015) son un diálogo complejo y perturbador, en el que el absurdo, la obsesión y la fragmentación de la realidad son los ejes centrales. Ambos relatos –el literario y el cinematográfico– construyen sus propios universos estéticos, filosóficos y perceptivos, entrelazados por la figura del “signo” y su potencial de desestabilización.

En la novela de Gombrowicz, el relato se construye desde la primera persona, a través de Witold, cuya mente paranoica convierte lo insignificante en portador de sentido. La narración se vuelve una maquinaria interpretativa en constante combustión, un gorrión muerto colgado, una varilla, una boca deforme. Todo es susceptible de ser interpretado como parte de un sistema. Sin embargo, este sistema es ficticio, ilusorio. Gombrowicz expone de forma corrosiva y humorística la compulsión humana a construir tramas, incluso cuando los elementos no guardan relación alguna. El lenguaje en la novela se desborda, se interrumpe, ironiza, se pliega sobre sí mismo. La narración encarna la obsesión de los personajes, arrastrándonos a un terreno inestable donde realidad, lenguaje y percepción se mezclan.
Żuławski, por su parte, traslada esa misma compulsión al plano cinematográfico de forma delirante. Su Cosmos no es tanto una adaptación como una traducción poética y estética del universo gombrowicziano. La cámara se mueve de forma errática, a veces violenta; los diálogos están cargados de velocidad y densidad filosófica; los cuerpos y gestos están exacerbados, casi teatrales. Żuławski toma los signos dispersos de la novela y los convierte en pulsaciones sensoriales. Así, el gorrión colgado no sólo es símbolo, sino también imagen-espectro que altera el clima de la escena desde lo atmosférico. La narración fílmica busca multiplicar el misterio, fragmentarlo, contaminarlo con capas de deseo, locura y erotismo.

En las narrativas tanto literaria como visual Witold se enamora de Lena, la joven de la casa, y ese deseo se entrelaza con su paranoia hermenéutica, generando una tensión entre la búsqueda de sentido en los signos y la pérdida de sentido en el deseo. El cuerpo, ausente en la lógica racionalista de la novela, se vuelve aquí centro de gravedad de lo irracional, de lo inexplicable.

Tanto Gombrowicz como Żuławski interrogan el modo en que construimos realidad a partir de indicios. Sin embargo, mientras la novela plantea esta interrogación desde la ironía literaria y el juego con el lenguaje, la película lo hace desde una estética barroca y sensorial. Żuławski no intenta resolver el caos de la novela, sino habitarlo desde otro lenguaje. Lo que en Gombrowicz era un juego mental, en Żuławski se transforma en una experiencia límite, estética, corporal y afectiva.

Ambas obras, en su forma y fondo, desestabilizan la lógica narrativa tradicional. Cosmos no busca construir una historia con causa y efecto, sino revelar la fragilidad de esa misma estructura. En este sentido, la novela y la película se alejan del realismo y del canon narrativo, acercándose al ensayo filosófico, al performance y al poema visual. Donde Gombrowicz descompone el lenguaje desde adentro, Żuławski lo hace a través de la puesta en escena, el montaje y la saturación sensorial.

El director polaco Żuławski crea una obra que abraza el delirio, la incompletud y la belleza del sinsentido. Mientras que Gombrowicz escribe una novela contra las certezas de la razón. En ambas versiones, el gesto es el mismo, interrumpir la comodidad de las formas, y hacer de la obsesión una vía de acceso al abismo que se aloja detrás de cada signo.
