
La película Cosmos, dirigida por el suizo Germinal Roaux, es una obra de notable contención formal y sensibilidad estética que logra articular una reflexión profunda sobre la vejez, la soledad, la muerte y el amor desde una mirada íntima y poética. Ambientada en una zona rural de Yucatán y filmada en un blanco y negro, la cinta se sostiene en una narrativa mínima que se apoya menos en la progresión argumental que en la experiencia sensorial y la densidad emocional.

En Cosmos, la luz se convierte en un principio ontológico que ordena la vida, permite ver, recordar, acariciar y, finalmente, despedirse. La textura del blanco y negro acentúa la atemporalidad del vínculo entre Lena y León.
La película apuesta por una temporalidad expandida que privilegia el silencio, la contemplación y los pequeños gestos. Lena interpretada por Ángela Molina, en una actuación contenida y conmovedora y León interpretado por Andrés Catzin, cuya naturalidad aporta autenticidad, no necesitan palabras, comparten la soledad.
El componente espiritual que atraviesa la figura de León, como guardián de la naturaleza y de los espíritus, introduce una dimensión cosmogónica. Más que un personaje individual, León encarna una relación ancestral con la tierra, con los muertos y con el tiempo no lineal. En contraste, Lena representa una subjetividad marcada por la modernidad, la pérdida y la enfermedad, atrapada en una casa de resonancias coloniales, donde la herencia del pasado parece más un peso que un refugio.

Roaux y el director de fotografía Inti Briones logran capturar un entorno natural donde lo invisible se hace palpable, en el viento entre las hojas, en el canto de las aves. Todos estos elementos construyen una atmósfera de profunda resonancia sensorial, en la que lo humano y lo no humano cohabitan en un delicado equilibrio. La edición de Damián Plandolit mantiene ese ritmo contemplativo sin caer en el estancamiento, y la música de Nicolás Rabaeus acompaña dandole profundidad a la narrativa.