
Azulado es un retrato poético y sensorial de la juventud contemporánea, es una película que se instala en los intersticios del tiempo cotidiano para explorar, con sutileza y precisión, el estado anímico de una generación suspendida entre la apatía y la búsqueda silenciosa de sentido. Dirigida por Lilith Kraxner y Milena Czernovsky, la cinta es una obra delicada que rehúye las estructuras dramáticas convencionales y se afirma en la fragmentación, en los gestos mínimos, en la belleza tenue de lo no dicho.
La narrativa gira en torno a dos mujeres jóvenes, Errol y Sasha, cuyas vidas transcurren en paralelo sin llegar a cruzarse. Esta estructura dual busca acentuar una experiencia compartida de aislamiento y deriva emocional en la Viena invernal postpandemia. Ambas protagonistas habitan un mundo en el que los vínculos humanos se ven mediados por pantallas, rutinas burocráticas o silencios prolongados. Lo más llamativo es cómo Azulado logra construir ese universo sin depender de acontecimientos destacados, su apuesta es por lo banal, por lo residual, por aquello que el cine suele dejar fuera del encuadre.

Kraxner y Czernovsky se apartan conscientemente del relato tradicional para privilegiar un cine de atmósferas, donde la elipsis y el fuera de campo se convierten en potentes herramientas narrativas. Azulado se alinea con ciertas corrientes del cine experimental centroeuropeo que se interesan más por el ritmo interno de la vida que por su representación espectacular. La cámara de Antonia de la Luz Kasik compone imágenes sobrias, inmersas en una luz fría y difusa, que refuerzan el tono introspectivo del filme. Las locaciones urbanas se vuelven extensiones emocionales de los personajes, y el invierno funciona como un agente afectivo que te envuelve con su carga simbólica de estancamiento y espera.
El montaje, opera como un collage de momentos inconexos que construyen una continuidad afectiva. Se trata de sentir mediante las caminatas y las miradas perdidas de las protagonistas. Este dispositivo estético logra hacer visible la precariedad emocional de una juventud que aparece como un territorio de incertidumbre, de identidades en formación que buscan un lugar propio en un mundo que ya no ofrece certezas.

El resultado es una obra que interroga con delicadeza la noción de identidad en tránsito, apelando a una sensibilidad espectatorial atenta a los detalles, a las pausas, a las repeticiones. Azulado despliega una experiencia contemplativa que permite al espectador habitar el tiempo junto a sus personajes.