
La hora de la estrella, inspirada en la novela homónima de Clarice Lispector, es una película que logra trasladar al lenguaje cinematográfico el universo interior de una de las escritoras más introspectivas y existencialistas de la literatura brasileña.

La historia sigue a Macabéa, una joven migrante nordestina que vive en Río de Janeiro en condiciones de extrema precariedad. La película retrata su rutina anodina, su soledad, su invisibilidad social, y su profunda desconexión con el mundo que la rodea. Amaral construye a Macabéa como una figura trágica, no por eventos dramáticos, sino por la ausencia misma de acontecimientos significativos en su vida: Macabéa existe en los márgenes, ignorada incluso por quienes la rodean.
La dirección de Amaral opta por una narrativa sobria, contenida y cruda, con un ritmo pausado que permite al espectador habitar la misma monotonía y alienación que vive la protagonista. La puesta en escena austera, con escenarios grises y una luz opaca, subraya la pobreza no solo material sino también afectiva que define el universo de Macabéa.

La actuación de Marcélia Cartaxo es extraordinaria: logra encarnar a un personaje que no parece tener voz propia en el mundo, pero que conmueve profundamente por su ternura, su inocencia y su resistencia pasiva. A través de su mirada perdida, su lenguaje corporal y su timidez desbordante, la actriz nos hace sentir el vacío existencial que atraviesa a la protagonista.

La película plantea una crítica social sutil pero feroz. Pone en evidencia las desigualdades sociales, el clasismo y la deshumanización del sistema urbano moderno que convierte a personas como Macabéa en sombras dentro de la ciudad. Sin necesidad de discursos explícitos, la narrativa logra generar una incomodidad profunda. Macabéa se presenta a si misma como una poeta de las preguntas existenciales.

La hora de la estrella es una obra que conmueve desde la sencillez, pero cuya densidad emocional y crítica social permanece latente en cada plano. Es una película que no busca consolar, sino incomodar suavemente, haciendo visible aquello que la sociedad se empeña en ignorar.
