
Xian de Thomas Sauvin es una excavación visual que subvierte los códigos del coleccionismo fotográfico al insertar al espectador en un flujo de imágenes anónimas y deslocalizadas que, sin embargo, construyen una narrativa contundente sobre la transformación de China. Lejos de una mirada occidentalizada o documental tradicional, Sauvin actúa como arqueólogo de un imaginario visual oculto, recolectando, ordenando y resignificando un archivo que no fue pensado para la exhibición ni para el arte, sino para el consumo íntimo y doméstico.
El gesto de rescatar estos materiales —residuos de una historia personal y colectiva— transforma la fotografía en una herramienta crítica de análisis cultural. La fuerza de Xian radica en la acumulación y reiteración de las imágenes, son cuerpos, interiores domésticos, fiestas, celebraciones. Cada foto, por sí sola, podría parecer banal, pero al ser leída en serie, se convierte en un espejo de una transformación social silenciosa, donde lo cotidiano se vuelve documento histórico. Lo que Sauvin pone en juego no es solo una estética del archivo, sino una política de la mirada que descentraliza la autoría y cede la voz a lo anónimo, a lo informal, a lo descartado.

Sauvin propone una deriva, una arqueología visual en la que el espectador reconstruye narrativas posibles a partir de las pistas visuales. Este enfoque es coherente con la práctica del Archive of Modern Conflict, donde el archivo es concebido como un territorio vivo, mutable, intervenido. Así, Xian puede leerse como una reescritura del archivo popular chino desde los márgenes.

La elección de trabajar con material encontrado también introduce una reflexión crítica sobre la producción de memoria. Las imágenes recuperadas por Sauvin son documentos no oficiales de una historia afectiva, íntima. En este sentido, el fotolibro se inscribe en una corriente de pensamiento anarqueológico. La reproducción de las imágenes respeta su precariedad original, sin intervenirlas en exceso, lo cual enfatiza su carácter de hallazgo. El libro se convierte así en un espacio de contemplación arqueológica donde el lector se convierte en investigador, completando con su mirada los vacíos de la memoria visual.