
El trabajo de Roberto Aguirrezabala se sitúa en una zona de tensión crítica entre la historia y su representación. A través de una investigación rigurosa y una profunda conciencia del pensamiento político que atraviesa cada época, el artista activa el pasado y lo pone en fricción con el presente. Sus imágenes funcionan como artefactos simbólicos que desestabilizan la linealidad histórica, revelando los síntomas no resueltos.

En la obra de Aguirrezabala cada obra, cada serie, cada montaje, es una operación que descompone la retórica del archivo tradicional para construir otras posibilidades de lectura. Su aproximación es deliberadamente crítica, el pasado aparece como un campo de disputa.

Aguirrezabala articula materiales diversos —documentos, objetos intervenidos, vestigios simbólicos— que se transforman en alegorías visuales. En esta práctica, el artista subvierte los códigos de la museografía, de la historia oficial, del relato institucional. Surgen las preguntas ¿qué narrativas se preservan?, ¿cuáles se silencian?, ¿desde qué mirada se escribe el pasado?

El trabajo de Aguirrezabala es una forma de contramemoria, una memoria que perturba. Su estética es una herramienta para interrogar los discursos de poder, los dispositivos de control. La obra se vuelve política por su forma de activación. En tiempos en los que la memoria se ve constantemente manipulada, su trabajo actúa como un acto de resistencia visual, una forma de reescribir desde la grieta, desde el desplazamiento, desde la sospecha.