
En este fotolibro, la artista—nacida en Rusia pero con raíces familiares en Georgia—teje una narración donde la fotografía es un dispositivo afectivo que interroga los vínculos rotos, las genealogías dispersas y las fronteras invisibles que deja la guerra.

El título Shvilishvili, que en georgiano significa “nieto” o “descendiente”, opera como una clave semántica que enmarca todo el proyecto, no se trata de una mera exploración de archivo o de la representación de una comunidad ajena, sino del intento de recomponer una constelación familiar quebrada por el conflicto entre Rusia y Georgia. Romanova se inserta en el relato con una sensibilidad crítica, recurriendo a imágenes, cartas, retratos e intervenciones gráficas que desmontan la idea de una identidad nacional homogénea y proponen, en su lugar, una red de afectos.
Romanova construye un objeto híbrido que subvierte la lógica del archivo tradicional. Al desestabilizar las categorías entre lo personal y lo político, entre lo biográfico y lo histórico, la artista revela cómo las memorias familiares pueden ser tan fragmentarias como los mapas que delimitan los antiguos países soviéticos. En Shvilishvili, los retratos son huellas de un linaje fracturado, cuerpos que portan silencios heredados, miradas que contienen preguntas.

Formalmente, Shvilishvili también rompe con las convenciones del fotolibro clásico. Las imágenes se intercalan con documentos intervenidos, dibujos y notas manuscritas. La materialidad del libro—sus pliegues, sus texturas, sus superposiciones—reproduce el gesto de una arqueología emocional.

Con Shvilishvili, Jana Romanova construye un espacio intermedio entre lo público y lo privado, entre el documento y la ficción.
