
En Walker (2012), Tsai Ming-liang convierte un gesto mínimo —caminar extremadamente lento— en un acto cinematográfico de enorme densidad poética y política. El monje budista, interpretado por Lee Kang-sheng, atraviesa las bulliciosas calles de Hong Kong vestido con un manto rojo, descalzo. Esta presencia mínima y casi inmóvil desestabiliza el flujo vertiginoso de la ciudad, transformando el espacio urbano en un escenario donde lo invisible adquiere forma y donde el tiempo deja de pertenecer a la lógica productiva.

Walker es un ensayo visual que explora la fricción entre la lentitud ritual y la aceleración contemporánea. El encuadre fijo, característico de Tsai, y la composición precisa de la imagen provocan que la atención se desplace hacia detalles normalmente ignorados, los gestos fugaces de transeúntes, las texturas arquitectónicas, las luces cambiantes. En este sentido, el filme se inscribe en la tradición de la Segunda Ola del Nuevo Cine Taiwanés, y radicaliza su apuesta por el tiempo dilatado hasta el punto de disolver la acción en contemplación. El cuerpo del monje se convierte en un dispositivo de interrupción que nos invita a reconsiderar el peso simbólico de lo cotidiano.

Tsai Ming-liang, cineasta malayo radicado en Taiwán y figura central del cine contemporáneo asiático, inicia con Walker una serie de ensayos no narrativos. Esta obra funciona como punto de partida de un ciclo en el que el desplazamiento —mínimo, casi imperceptible— se transforma en un acto de resistencia estética y espiritual.
Walker es una meditación sobre el tiempo, el cuerpo y la imagen, donde la lentitud es una forma de rebelión silenciosa.