
El último viaje (2024), ópera prima de Rodolfo Santa María Troncoso, se inscribe en una tradición del documental latinoamericano que se atreve a mirar de frente lo indecible, la muerte, el dolor y la fragilidad de la existencia. La obra retrata la experiencia de Federico Rebolledo, tanatólogo que al recibir un diagnóstico terminal se convierte en protagonista de aquello que por décadas acompañó en otros, exponiendo con crudeza y ternura la tensión entre teoría y práctica cuando la vida se acerca a su fin.

Santa María apuesta por un dispositivo cercano al cine directo, la cámara íntima, la ausencia de artificios y una honestidad que rehúye del dramatismo forzado. Esa elección estilística permite que la cámara funcione como un testigo silencioso de la vulnerabilidad del protagonista y su familia. La fotografía, se despliega con sobriedad, evitando la espectacularización del sufrimiento y privilegiando lo cotidiano, los gestos mínimos, los silencios y la fragilidad del cuerpo.

El último viaje confronta directamente el tabú de la muerte. El documental dialoga con tradiciones filosóficas que van desde Montaigne hasta Byung-Chul Han, al recordarnos que pensar la muerte es, en última instancia, aprender a vivir.

La cercanía entre director y protagonista, gestada a lo largo de quince años, otorga una profundidad única, pero también plantea dilemas éticos ¿hasta qué punto la cámara no se convierte en un peso adicional en un proceso ya doloroso? Santa María no evade esa pregunta, sino que la incorpora en la estructura narrativa, reconociendo los riesgos de convertir la intimidad en testimonio público.

El documental abre el debate sobre la muerte digna y la autonomía del cuerpo en el contexto mexicano, donde los marcos legales aún restringen las decisiones sobre el final de la vida. El último viaje se convierte en un acto colectivo de memoria y discusión pública, un archivo sensible que interpela al espectador.