
El trabajo de Rosângela Rennó se sitúa en un territorio crítico. A través de la apropiación de “archivos muertos” —imágenes descartadas, olvidadas o censuradas— la artista confronta la memoria oficial con aquello que queda relegado a la invisibilidad. Su práctica cuestiona los regímenes de poder que deciden qué imágenes circulan y cuáles desaparecen.

Lo que distingue su obra es la forma en que transforma el archivo en un espacio expandido, reescribiéndolo mediante desplazamientos formales, textuales y espaciales. En series como Imemorial (1994) o Cicatriz (1996), la artista monumentaliza, amplía o interviene las fotografías de obreros o presos, subrayando que el archivo estatal y judicial está atravesado por violencia, desigualdad y olvido. El archivo, en su visión, nunca es neutral, ya que es una máquina de poder que, en lugar de preservar, muchas veces administra el olvido.

El énfasis de Rennó en la amnesia más que en la memoria abre un dialogo con las huellas fracturadas, con los rastros mínimos que permiten imaginar otras narrativas. Así, su práctica dialoga con la arqueología de la imagen, pero con una ética que pone en primer plano a los “perdedores” de la historia —obreros anónimos, presos, mujeres invisibilizadas, pueblos indígenas silenciados—. Como señala la propia artista, son esas imágenes enterradas las que pueden decir más sobre una cultura que las fotografías triunfales o heroicas.

Su trabajo tensiona los límites de la fotografía como lenguaje, en su practica propone instalaciones, libros de artista, proyecciones efímeras y ensamblajes textuales. Proyectos como Arquivo Universal (1992–) o Bibliotheca (2002) demuestran su interés en la performatividad del archivar, donde los gestos de clasificar, organizar o sellar los documentos se convierten en actos artísticos que revelan tanto la potencia como la violencia de los sistemas de archivo. Su obra adquiera un carácter ritual, donde la repetición y la recolección buscan abrir grietas críticas en la relación entre imagen, memoria y poder.

Rennó aborda la fotografía como campo de fricción entre historia, política y subjetividad. Se despliega en un cruce de prácticas, entre la visión arqueológica, la documental y especulativa, la íntima y monumental. La artista logra cuestionar los modos en que el archivo participa en la construcción de identidades colectivas y en la administración del olvido, transformando la imagen en un dispositivo de resistencia contra la desaparición y la homogenización de la memoria.



