
Santiago es uno de los ejercicios más agudos y desestabilizadores del documental latinoamericano contemporáneo. Dirigido por João Moreira Salles, el filme se presenta, en apariencia, como el retrato íntimo del antiguo mayordomo de la familia del director, Santiago Badariotti Merlo, argentino, políglota, culto, excéntrico, y durante tres décadas servidor dedicado a la familia Moreira Salles.
El documental se construye sobre un gesto de retorno, donde Salles vuelve, trece años después, a las imágenes que grabó en 1992, cuando intentó sin éxito realizar un filme sobre Santiago. Estas imágenes, archivadas durante más de una década, le permiten interrogar la naturaleza de la memoria, la identidad y el poder que subyace a todo acto documental.

La película es narrada por Fernando Moreira Salles, hermano del director, cuya voz introduce una distancia reflexiva que complejiza aún más la relación entre quien filma y quien es filmado. Santiago aparece entonces como una figura contradictoria, un intelectual autodidacta que copia, organiza y cataloga genealogías nobiliarias del mundo entero; un hombre obsesionado por dar forma a un archivo personal y fantástico, que parece anticipar su propia desaparición. Su vida, marcada por un profundo sentido del ritual y del detalle, se convierte en un teatro íntimo en el que la cámara interviene, ordena y perturba.
Uno de los elementos más potentes del documental es la conciencia autocrítica con la que Salles expone los mecanismos de su filmación original, creando instrucciones rígidas las cuales le daba a Santiago, forzando las repeticiones, llevándonos a las incomodidades que sólo son perceptibles con el paso del tiempo. En este sentido, Santiago es también una obra sobre la ética del documental, sobre las asimetrías de clase que determinan quién cuenta y quién es contado, y sobre la ilusión de transparencia que suele acompañar al género.

El filme desnuda la relación de poder entre director y personaje, e introduce la posibilidad de la incompletitud y la reconsideración. Las imágenes de archivo —fragmentadas, fallidas, parcialmente recuperadas— se transforman en un modo de pensar el documental como una búsqueda inacabada, como un intento de captar aquello que siempre se escapa.
Formalmente preciso y narrativamente envolvente, Santiago conjuga la fragilidad de la memoria con la puesta en escena deliberada, generando un espacio donde fantasía y realidad se contaminan mutuamente. El resultado es una obra profundamente humana, que excede la anécdota familiar para reflexionar sobre cómo se construyen las historias que contamos sobre los otros y sobre nosotros mismos.
