
Con O último azul, Gabriel Mascaro consolida su mirada distintiva sobre la realidad latinoamericana, combinando comentario social, humor sutil y sensibilidad poética en un escenario distópico que, aunque ficticio, se siente inquietantemente cercano a nuestra actualidad. La película propone un futuro en el que un gobierno totalitario margina a las personas mayores, enviándolas a colonias habitacionales para que no interfieran con el crecimiento económico. En este contexto, la protagonista Tereza, interpretada con energía y vitalidad por Denise Weinberg, se niega a aceptar un destino impuesto y emprende un viaje por la Amazonía en busca de cumplir con sus sueños.

Mascaro logra un equilibrio notable entre crítica política y exploración poética. Por un lado, la película denuncia la instrumentalización del envejecimiento como mecanismo de exclusión social; por otro, celebra la vejez como etapa de libertad, erotismo, curiosidad y resistencia. La cinematografía de Guillermo Garza captura la selva amazónica desde una perspectiva realista y a la vez fantástica, donde no se trata de un entorno donde la contaminación, la explotación y la vida cotidiana conviven con escenas que rozan el realismo mágico, reforzando la tensión entre lo tangible y lo imaginado.

La interacción de Tereza con Roberta, interpretada por Miriam Socarrás, agrega capas de complicidad y sabiduría femenina a la narrativa, subrayando la idea de que la vida sigue siendo fértil en experiencias y relaciones, incluso en la tercera edad. La música de Memo Guerra y el diseño sonoro de Arturo Salazar y Liliana Villaseñor acompañan con sutileza, reforzando tanto la tensión dramática como los momentos de introspección y humor.

O último azul es, en esencia, un viaje poético y político que celebra la resistencia individual frente a sistemas opresivos, explorando el valor del deseo y la acción en cualquier etapa de la vida. Mascaro construye una historia sobre el envejecimiento, así como sobre la posibilidad de soñar y actuar más allá de los límites que la sociedad impone, reafirmando la idea de que envejecer no significa renunciar a la vitalidad ni a la curiosidad.

