De Marsilio Ficino a Rilke brota la noción de desorden de la imaginación cuyo centro de pulsión se halla en el territorio de lo erótico y la melancolía. Al detective enamorado todo le habla, todo le engaña, y como resultado de su incapacidad para controlar el flujo imaginativo, todo le atormenta. El lugar que habita el detective es la búsqueda como sitio no topológico donde posee aquello que persigue, donde acumula y ordena pistas, y donde las huellas se falsean.
Cristian Galicia

