
Al interior del proyecto Mapas Abiertos, se despliega una poética visual que resiste las taxonomías de la identidad latinoamericana. Su obra opera como un palimpsesto donde se superponen cartografías corporales, registros históricos y fragmentos autobiográficos, desdibujando los límites entre lo íntimo y lo geopolítico. En este gesto, Parcero no sólo interroga los dispositivos de representación —la fotografía, el mapa, el cuerpo, el archivo— sino que los subvierte, abriéndolos como superficies de inscripción crítica y afectiva.

En el marco de la década de los noventa, momento clave para la reconfiguración de los lenguajes fotográficos en América Latina, Parcero se inscribe en una genealogía que tensiona la noción misma de documento. La fotografía deja de ser testimonio pasivo para convertirse en una herramienta de autoescritura, de reescritura y de desplazamiento. Sus imágenes no ilustran una identidad esencial ni se anclan a un territorio fijo; más bien, la artista opera desde un cuerpo cartografiado, vulnerable, abierto a interferencias culturales, científicas y místicas. Este cuerpo se vuelve archivo viviente, superficie de negociación entre lo ancestral y lo contemporáneo, entre la memoria colectiva y la introspección individual.

La serie Cartografía interior, disuelve las fronteras disciplinares entre la ciencia, el arte y el ritual. Parcero imprime sobre su piel diagramas anatómicos, códices precolombinos y mapas coloniales, estableciendo un diálogo entre temporalidades que no buscan armonía sino fricción. El resultado es una imagen donde el cuerpo se vuelve territorio de disputa simbólica, donde la memoria no se recuerda sino que se encarna.

Parcero amplifica el sentido de lo ritual desde una perspectiva feminista y decolonial, no como repetición del pasado, sino como reactivación crítica de símbolos y saberes que fueron silenciados. Su práctica propone una mirada alternativa al exotismo con que tradicionalmente se ha representado América Latina. La identidad se muestra como una construcción procesual, conflictiva y situada.

En un momento en que los discursos institucionales tienden a simplificar las violencias históricas bajo narrativas del espectáculo o la compasión, la obra de Parcero ofrece una resistencia silenciosa y contundente. En lugar de representar la miseria o el trauma desde la distancia, inscribe en su propio cuerpo la huella de una historia compartida. Esta estrategia convierte al cuerpo en campo de batalla y al mismo tiempo en archivo vivo, en una topografía sensible donde convergen genealogías silenciadas, biopolíticas del género, saberes desplazados y deseos de futuro.



