
Su obra se inserta en la intersección entre arte, memoria y política, activando lo visual como un dispositivo para interpelar los silencios del Estado, la burocracia del olvido y los sistemas de impunidad que siguieron a las dictaduras del Cono Sur. Su trabajo es una contra-arquitectura visual que desmantela la lógica de la desaparición implementada por el poder. El autor nos proponer otras formas de inscripción del dolor, del amor y de la lucha por la verdad.

Desde su emblemática serie Ausencias (2006), hasta el proyecto Contradesaparecido (2022), Germano ha tensado los límites del lenguaje fotográfico, operando como el arqueólogo de lo afectivo, reconstruyendo a través de imágenes fragmentadas las huellas de vidas interrumpidas. Su propuesta consiste en producir una visualidad que habite la ausencia, que la denuncie y la vuelva materia sensible. Allí donde el terrorismo de Estado borró cuerpos y memorias, Germano responde con montaje, repetición, sobreposición, diferencia. Son imágenes que performan la ausencia misma.

En Ausencias, la operación central consiste en yuxtaponer dos imágenes, una fotografía del pasado (familiar, cotidiana, previa al crimen) y su repetición en el presente, pero con los ausentes arrancados. Es en esa diferencia –en ese espacio vacío– donde se inscribe el duelo no resuelto, en donde también la potencia de una memoria activa. Germano busca visibilizar la herida. El vacío es aquí una forma de decir. Una elocuencia del silencio.

Contradesaparecido lleva este gesto aún más lejos. No solo como un proyecto documental sobre su hermano Eduardo Germano –desaparecido en 1976 y cuyos restos fueron identificados en 2014–, sino como una forma de desafiar las cronologías del poder con una “línea de tiempo imposible”. Germano crea un archivo afectivo que subvierte el orden lineal y causal de los relatos oficiales. Rastros, cartas, objetos, mapas, fotos, vestigios judiciales, todo es reorganizado para armar un rompecabezas del vacio. Aquí, la imagen ya no es solo representación, sino acto restitutivo.
La obra opera entonces como un archivo contra-desaparecedor, donde la imagen deja de ser testigo mudo para transformarse en cuerpo en disputa. La fotografía que retrataba a Eduardo haciendo la V de la victoria se convierte en pancarta, en prueba judicial, en gesto de vida. El álbum familiar muta en espacio de resistencia. La imagen transita así de lo íntimo a lo público, del recuerdo al expediente, del dolor privado a la memoria colectiva.

En Distancias, su serie sobre los exiliados republicanos de 1939, Germano mantiene la estrategia del “antes y después”, pero esta vez no hay ausencias, sino cuerpos presentes en su desarraigo. El exilio es aquí leído como pérdida y como extranjería permanente. La repetición de las poses de los retratos juveniles en cuerpos ancianos marca la persistencia de una herida. Lo que retorna no es la juventud sino la falta de un lugar. El tiempo no sana, se descompone.

La obra de Germano dialoga con los legados de la posmemoria, tal como la define Marianne Hirsch, no como una recuperación del pasado vivido, sino como una forma de vinculación con los traumas heredados que activan nuevas maneras de narrarlos. En este sentido, Germano no representa la memoria, sino que la fabrica en actos. No documenta únicamente lo sucedido, sino que reconfigura el presente desde las preguntas. Así, su trabajo está más cerca de una estética de la reparación mediante una ética de la representación.

Si el terrorismo de Estado produjo una economía del borramiento –de cuerpos, de nombres, de pruebas–, la respuesta de Germano es el exceso de lo visible, una imagen que no se deja clausurar, que se multiplica en formas y soportes, son instalaciones, libros, documentos, es un performance visual. Esa visibilidad es trabajo de duelo, es gesto político, es la insistencia en la pregunta.

La obra de Gustavo Germano nos recuerda que hay imágenes necesarias, que resisten el borramiento.
