
En Casa Imaginaria, Ana Teresa Barboza hila con aguda sensibilidad un gesto profundamente íntimo y político, bordar el deseo no realizado de un hogar. A partir de los planos inconclusos que su padre, arquitecto, alguna vez diseñó para una casa que nunca se construyó, la artista interpela la arquitectura como práctica no solo técnica, sino afectiva y utópica. Este proyecto es una exploración sobre la transmisión de deseos familiares, la potencia de los espacios no habitados y la posibilidad de bordar —literal y simbólicamente— otras formas de pertenencia.

Barboza no se limita a representar la casa imaginada por su padre; la reinterpreta desde el cuerpo y la materialidad, desplazando el lenguaje frío del plano técnico hacia una dimensión táctil y emocional. El gesto de bordar a partir de una carta escrita por su padre convierte el anteproyecto en un ritual de filiación, la hija borda la casa que el padre soñó, insertando su propia sensibilidad en el trazado de una arquitectura nunca realizada. Así, la artista propone un desplazamiento desde la representación arquitectónica hacia una praxis de reparación afectiva.

El video, en el que la voz del padre guía un recorrido por esa casa inexistente mientras su mano traza los planos en papel blanco, tensiona los límites entre lo visible y lo imaginable. El papel vacío se vuelve territorio de lo posible, un espacio donde el deseo insiste y la memoria se actualiza en el presente. La casa imaginaria no es una ruina ni un proyecto fallido; es un espacio de resistencia simbólica, donde se tejen los hilos de la intimidad, la herencia y el cuidado.

Este trabajo se inscribe en una línea coherente dentro de la obra de Barboza, donde el tejido, lejos de ser un mero recurso técnico, se convierte en una forma de pensamiento situada. En diálogo con prácticas textiles ancestrales y saberes comunitarios, la artista rehace los vínculos entre materia, territorio y afecto. En Casa Imaginaria, ese vínculo se desplaza al interior de la experiencia familiar, revelando cómo el gesto puede ser también una forma de habitar lo que no fue, de construir memoria donde hubo solo planos, de cuidar los deseos que quedaron suspendidos.

En tiempos donde el hogar se ha vuelto un lugar de disputas, desplazamientos y reconstrucciones constantes, la obra de Barboza propone una arquitectura de lo inacabado, donde el diseño no tiene por qué materializarse para ser real.
