
En el terreno del cine documental, hay historias que se vuelven imposibles de eludir porque encarnan la pregunta por lo humano frente a la violencia institucional. Tal es el caso de los documentales de Santiago Esteinou, Los Años de Fierro (2014) y La Libertad de Fierro (2025). Juntos conforman un díptico que va del encierro al afuera, de la vida suspendida al intento de reconstrucción, pero que sobre todo nos obliga a pensar qué significa filmar la dignidad cuando el aparato judicial y penitenciario ha intentado borrarla.

El primer filme, Los Años de Fierro, se inscribe en la temporalidad de la espera. Aquí el tiempo no es neutro, es un castigo en sí mismo. César Fierro, condenado a muerte en Texas a los 22 años, habita durante más de 40 años un corredor de la muerte que no es sólo un espacio físico, sino un estado de suspensión, una vida reducida a lo que Giorgio Agamben llamó vida desnuda. En este sentido, la película funciona como un archivo de la espera, donde cada plano nos recuerda que el confinamiento solitario no castiga el cuerpo, sino la posibilidad misma de habitar un mundo compartido.
Si el primer documental se centra en el registro del encierro, el segundo, La Libertad de Fierro, desplaza la mirada hacia la intemperie de la libertad. Pero aquí la libertad no es un retorno sencillo, ya que tras décadas de aislamiento extremo, Fierro enfrenta la tarea de recomponer una vida fragmentada. Se trata de lo que Paul Ricoeur describiría como una memoria herida, donde el intento de recuperar el sentido se disipa ante lo que queda que son los restos. La cámara se convierte entonces en acompañante de un proceso frágil.

Ambas películas dialogan con una tradición del documental latinoamericano que ha hecho del cine un contraarchivo frente a la historia oficial. Al igual que en Patricio Guzmán o en Tatiana Huezo, Esteinou entiende que documentar no es solo mostrar, sino disputar la forma en que se escribe la memoria. Frente al expediente judicial que redujo a César Fierro a un número y frente a las lógicas punitivas que buscaron silenciarlo, la cámara crea un archivo de lo otro, una contra-memoria que nos devuelve la humanidad.

Es en este punto donde el proyecto adquiere una dimensión política clara. Se trata de la denuncia de un caso de injusticia, de la construcción de un relato que coloca la experiencia de Fierro en un marco amplio de la lucha por los derechos humanos y contra la pena de muerte. El estreno de La Libertad de Fierro coincide con el Día Mundial contra la Pena de Muerte, esto es una declaración de intenciones.

La potencia de estos documentales, los vuelve memorables, insisten en su capacidad de resistencia, en su dignidad, en el modo en que logra reconstruirse en medio del despojo. Es allí radica la ética del proyecto, en mostrar que, incluso después de cuatro décadas de encierro, es posible imaginar un futuro.
Los Años de Fierro y La Libertad de Fierro nos recuerdan que el documental, no es un espejo de la realidad, sino un acto de intervención. Estos filmes se convierten en parte activa de la memoria, en una herramienta de resistencia y en un espacio de reparación simbólica.