
Brígida Baltar (1959-2022) ocupa un lugar singular dentro del arte contemporáneo brasileño al proponer una poética que se desplaza entre lo íntimo, lo efímero y lo mítico. Su práctica, entendida bajo la noción de escultura transicional, no se centra en la producción de objetos estables, sino en gestos que hacen visible lo transitorio y lo invisible. Al recolectar materiales como polvo de ladrillo, rocío, espuma del mar o niebla, Baltar se inserta en una tradición estética que, como ha señalado Georges Didi-Huberman (2008), trabaja en el umbral de lo visible, se trata de “hacer ver lo que se sustrae a la visión inmediata”, de aproximarse a lo inaprehensible mediante operaciones sensibles que desestabilizan el régimen de lo obvio.

En este sentido, Refugio (1996), donde la artista esculpe su cuerpo en la pared de su casa-estudio, puede leerse como una práctica de inscripción corporal que subvierte la idea del hogar como espacio fijo. El gesto transforma el muro en huella de la presencia, tensionando la frontera entre el espacio protector y la vulnerabilidad de quien lo habita. Baltar convierte lo doméstico en territorio de resistencia poética, en consonancia con lo que Nicolas Bourriaud (2006) denomina estética relacional, una práctica que se despliega en el ámbito de lo cotidiano, produciendo micro-utopías y situaciones intersticiales que desafían los marcos convencionales de la experiencia artística.

Su posterior expansión al paisaje exterior, especialmente en la serie Colecciones (1994-2001), amplía esta poética íntima hacia una relación de mediación con lo natural. Al recolectar rocío, niebla o espuma, Baltar busca el registro de lo inasible. Esta insistencia en lo efímero remite a una dimensión casi mística, donde el acto artístico consiste en intensificar la percepción de aquello que normalmente permanece al margen del archivo y de la memoria. Como plantea Didi-Huberman (2011), “la imagen arde en el instante de su desaparición”, Baltar se sitúa precisamente en esa zona de umbral, donde la desaparición es también revelación.

La atracción de la artista por la aridez y el desierto puede entenderse como metáfora de su proyecto estético. En un contexto dominado por la espectacularización y la sobreproducción visual, la obra de Baltar se presenta como una contra-pedagogía de la mirada, un aprendizaje en la atención a lo mínimo y lo frágil.
Referencias
Bourriaud, N. (2006). Estética relacional. Adriana Hidalgo Editora.
Didi-Huberman, G. (2008). Lo que vemos, lo que nos mira. Manantial.
Didi-Huberman, G. (2011). Ante el tiempo: Historia del arte y anacronismo de las imágenes. Adriana Hidalgo Editora.