
Black Dog (2024), dirigida por Guan Hu, se inscribe en una tradición del cine chino contemporáneo que combina realismo social con metáforas de alcance político y existencial. Ambientada en los márgenes del desierto de Gobi, la película se despliega en un territorio fronterizo, tanto geográfico como simbólico, donde las categorías de pertenencia, exclusión y supervivencia se ponen en juego. La trama de Lang —exconvicto que regresa a su ciudad natal para unirse a la patrulla canina encargada de “limpiar” la ciudad antes de los Juegos Olímpicos de 2008— convierte al espacio urbano en un dispositivo biopolítico, donde los cuerpos indeseables (los perros callejeros, los ex convictos, los marginados) deben ser expulsados o invisibilizados para sostener la imagen modernizadora de China.

El encuentro entre Lang y el perro negro articula una relación de espejo, donde dos seres desplazados, domesticados a la fuerza por un orden que busca neutralizarlos. En esta alianza, Guan Hu construye una poética de la resistencia que revela lo que Giorgio Agamben (1998) denominó la vida desnuda, son vidas que, despojadas de ciudadanía plena, persisten en su vulnerabilidad. El perro negro, en tanto figura liminal, se convierte en emblema de lo que el Estado quisiera suprimir, pero también en catalizador de una nueva comunidad afectiva fundada en la lealtad y la compañía.
La puesta en escena subraya esta tensión. La fotografía de Gao Weizhe contrasta la vastedad árida del Gobi con los espacios urbanos donde el control y la vigilancia se intensifican, proponiendo un lenguaje visual que oscila entre la contemplación del vacío y la opresión del encierro. La música de Breton Vivian intensifica los momentos de suspensión y melancolía, situando la experiencia de los personajes.





