
El proyecto artístico de Fernando Bryce (Lima, 1965) se sitúa en un territorio singular donde se cruzan la historia, la política y la práctica del dibujo. Su método, denominado “análisis mimético”, desplaza la copia manual de documentos hacia un gesto crítico que interroga las formas en que la memoria histórica se construye, se legitima y se reproduce. En ese sentido, la copia deja de ser un acto servil o anacrónico para convertirse en una operación política: reactivar documentos archivados, exponerlos al presente y reorganizar los sentidos que producen.

Lo que distingue la propuesta de Bryce es la puesta en evidencia de los dispositivos de poder que se ocultan en la materialidad de los impresos. Sus series funcionan como constelaciones de imágenes y textos que, al acumularse, generan narrativas alternativas a los discursos oficiales. El archivo deja de ser un depósito pasivo de la historia para devenir en un espacio de disputa, parodia e ironía.

El gesto de Bryce remite a la figura del copista medieval, pero resemantizado, ya que en la Edad Media la copia era vehículo de preservación del saber, ahora en la era de la reproductibilidad técnica su insistencia en copiar a mano es un acto de resistencia frente al borramiento de la materialidad histórica y frente a la supuesta neutralidad de la memoria digital. El tiempo invertido en cada trazo, la obstinación del dibujo, devuelven a los documentos una dimensión aurática, aunque no en el sentido de sacralidad, sino en el de una intensificación de su presencia crítica.

Al yuxtaponer propaganda de la Guerra Fría, revistas coloniales, publicaciones revolucionarias o folletos turísticos, el artista señala cómo las imágenes funcionan como instrumentos de poder, configurando percepciones y jerarquías culturales. La ironía y la parodia son estrategias que erosionan la solemnidad del documento y exhiben los prejuicios ideológicos que lo atraviesan.

Bryce, además, sitúa el archivo en una dimensión global y decolonial. Sus proyectos revelan la asimetría con la que se ha narrado el mundo, donde existe un Norte diplomático que dicta las reglas y un Sur intervenido, fragmentado, invisibilizado. Al copiar los discursos coloniales europeos o las revistas patrocinadas por la CIA, el artista muestra la maquinaria de legitimación del poder y reactualiza sus resonancias en el presente, donde esas lógicas persisten bajo nuevas formas.

Lo decisivo en su práctica es que la copia no está orientada a la nostalgia ni al fetichismo del documento, sino a la relectura crítica. Sus obras operan como arqueologías visuales que excavan en las capas sedimentadas de la historia moderna y contemporánea, exhibiendo cómo el archivo puede ser manipulado, instrumentalizado y, al mismo tiempo, resignificado. Así, Bryce convierte el dibujo en un dispositivo político que cuestiona tanto la escritura de la historia como el papel del arte en su mediación.

Fernando Bryce recupera lo más elemental para interrogar lo complejo que se finca en las relaciones entre archivo, poder y memoria histórica. En un tiempo en el que la reproducción infinita amenaza con borrar la huella material de los documentos, su “análisis mimético” reactiva el archivo como un campo de disputa crítica, donde la historia se reinscribe, se problematiza y se reabre.

