el cáncer nunca comienza y nunca termina.
Sin repetir exactas las palabras de Susan Sontag, sabemos bien que suele hablarse de una persona enferma como una víctima de sus circunstancias —si bien a menudo como la responsable también de esas circunstancias, y por ende de estar enfermo—, mientras que a la enfermedad se la pinta como una figura violenta, una enemiga que ataca sin piedad: una metáfora de la guerra. Despues están, por un lado, quienes, victoriosos, sobreviven y por el otro quienes “pierden esa batalla”, no sin antes luchar hasta el final. Lo que me parece desde el inicio una inmensa virtud de este libro es que Daniela utiliza el lenguaje como una espada o como un cuchillo y, al mismo tiempo, como una especie de microscopio que la lleva a mirar lo más diminuto y escondido que la habita. Padre e hija permanecen cerca de la enfermedad. La observan. Miden su respiración como si de un animal recién nacido se tratara. También en otro momento: El cáncer investiga nuestros cuerpos y hace notar sus enigmas. ¿Eso significaría el cáncer para cualquier otra persona? ¿O es Daniela quien decide enfrentrarlo por momentos, incluso, con una genuina curiosidad?
Algo habita Médula y materia que me lleva a pensar en cuántas veces, cuando estamos padeciendo cualquier enfermedad compleja, hay algo que nos pide una y otra vez que nos desidentifiquemos del padecimiento: que seamos capaces de nombrarnos desde una distancia. Un ejercicio que, de pronto, se vuelve casi imposible porque una se vive mezclada, infectada, unida, cosida a la enfermedad. En este libro encuentro esos espacios y sólo puedo admirar la valentía y la capacidad espiritual de quien se atrevió a escribir: no. he llevado ese tumor como una perla, una joya solo mía. a veces he querido enterrarlo en el jardín, con la esperanza de alimentar una flor desconocida.
Como vemos, la espada no intenta destruir a la enfermedad, sino es por momentos el filo que corta con perfección esa tela, esa piel, ese muro, al otro lado del cual habitan los demonios que cualquiera puede encontrar, pero que muy pocas personas se animan a buscar con tanto anhelo de respuestas. Por eso surgen momentos dentro del libro como este: En ese entonces no sabía que el cáncer te persigue como una buena/mala estrella. Te persigue como las montañas para devolverte algo desconocido, busca tu piel tranquila para encaminarla hacia el riesgo. Otro: El cáncer investiga nuestros cuerpos y hace notar sus enigmas. O el siguiente: Estos cánceres son una ceremonia, una experiencia corporal de desprendimientos. ¿Es la enfermedad un sitio donde Daniela ha logrado sentarse por momentos a meditar, a contemplar el vacío, ese no-espacio en el cual ni siquiera la enfermedad logra entrar?
Todo ser enfermo habita la soledad. Soy consciente de ello; lo he vivido en carne propia. Daniela Camacho lo expresa en este poema de largo aliento dividido en tres secciones, de la siguiente forma: He sido una criatura sola. Me sometí a la abstinencia feroz y no hubo más naturaleza. Tuve que inventar una hermana. Otra temperatura. Un cuerpo animal que fuera invencible. Fue entonces cuando vi una bomba caer. Entendí que no se tiene asidero en la sombra.
En un fragmento ella utiliza la siguiente cita de Artaud: “No hay enfermo que no se haya agigantado”. La cita es extraordinaria por sí misma, pero la manera en la que es empleada dentro del discurso poético la hace vibrar con una fuerza aún más intensa. Todo el tiempo este ser enfermo ha ido creciendo porque se ha permitido mirar hasta lo más imperfecto sin titubeos. El miedo aparece, por supuesto, pero en momentos incluso pareciera un aliado, un cómplice que obliga a que el lenguaje-espada se levante con más potencia. Y entonces aparecen versos como: Solo el cuerpo es capaz de decirle su verdad a la muerte. O tal vez venga más al caso el siguiente: Pero abre los ojos. Afila tu espada. Mira a tu melliza interior deshacer con gracia este peligro.
Todos los ejercicios emocionales, mentales y del espíritu que ha echado a andar Daniela en este libro nos permiten mirar las enfermedades y a quienes las padecemos desde un lugar mucho más digno. Nos recuerdan, tal vez, ese sitio donde yace nuestra fuerza, aunque eso nos convierta en insensatos o en malas víctimas.
Esta joya de libro, editado por Centro Editorial La Castalia y Ediciones de la Línea imaginaria, es de acceso libre y gratuito. Se puede conseguir en Línea imaginaria, ediciones