El cuerpo se ha quedado estático; sensible al ritmo análisis que apenas se percibe a lo lejos, cuando se afina el sentido del oído. Una esfera de conciencia circunda cada espacio: el polvo que vuela reflejado por los rayos del sol que entran por la ventana, los crujidos de la madera y el ritmo de la respiración cuando entra y sale del cuerpo. Mediante la expansión de la propia imaginación se puede mirar a las personas caminando en la calle con un halo obscuro, amorfo, inquieto que les cubre la boca. No tocan nada, no se acercan a nadie, solo se les ven los ojos, y en ellos reflejado el anhelo de seguir viviendo, la ilusión del movimiento, el disgusto de tener que salir a la calle desprendidos de cualquier halo de futuro. Piensan en un corcel blanco; un señor espejo, corriendo y saltando sobre un sol anunciado.
La soledad es una roca de agua, contención de los instintos, espejo cruel que abofetea la luz del cuerpo dormido, enorme preocupación de decirlo todo.
La palabra efímero se ha convertido en pan petrificado, por que cada segundo se expande, se alarga, se hace una masa permanente que parece no tener final. Y tú, has llegado al segundo otoño; fecundo, transformado o muerto.
Ya todos hemos escuchado al supremo oráculo, hemos decorado las tormentas entre cuatro paredes y expandido esos límites, hemos imaginado ese movimiento constante de misterio en misterio, de tabúes, de restricciones, de que esos peligros están en nuestra propia naturaleza. Deseamos ahondar, trascender el rostro más deforme de la realidad y tal vez seguir huyendo de la vida o encontrar al fin una cura.
Que sano es a veces abandonar el cuerpo y los pensamientos, pegar nuestro autorretrato en la pared y preguntarnos por qué hemos cambiado tanto y por qué esos antiguos “yoes” no pueden ser ya resucitados.
Al fin un despojo de los caparazones. En tu espacio más íntimo enumeras tus necesidades; el líquido caliente al despertar, el diario de los sueños antes de dormir, no hay defectos; solo una gran confusión.
Unas notas de madera, te astillas un dedo y arrojas por la borda todos tus accesorios, la ausencia de explicaciones.
Haces parodia de ti mismo, una versión desafinada y bella. Tu mirada se duplica, escuchas tu respiración y te acercas a la intimidad de tu piel y su humedad, en el sueño no hay palabras, solo imágenes borrosas, desean ser testigos de una dimensión onírica del encierro y la conciencia de la corporalidad más íntima. Detalles del imaginario, de una fenomenología de cada día detrás de cuatro paredes. Una meditación íntima que observa desde dentro, un intento de auto recuperación.